PERFIL

Dolores Martínez Berriel, la primera médica de Fuerteventura

Fotos: Cedidas.
Sofía Menéndez 4 COMENTARIOS 08/03/2018 - 08:19

Que una mujer en la Maxorata de los sesenta planteara a sus padres que quería ser médico es como si hoy una joven se empeñará en ser astronauta, afirma Dolores. En esa época, como mucho, las mujeres estudiaban magisterio, pero salir de las Islas para matricularte en la Facultad de Medicina de Granada era algo impensable.

“Mis padres querían que estudiáramos. Mi padre se inclinaba por una carrera tradicionalmente más femenina, sin embargo, fue mi madre quien reivindicó mi derecho a estudiar lo que yo quisiera”. De hecho, Dolores, nacida en Tetir el 2 de octubre de 1946, desde niña soñaba con ser médico.

“Seguramente influyó –señala- que de pequeña mi madre y una hermana recién nacida enfermaron y tuvieron que trasladarlas a Las Palmas; la niña murió y mi madre se recuperó, pero en mí quedó grabada la necesidad de que hubiera médicos y medios en Fuerteventura, en ese momento solo había dos médicos. Tampoco había medios, en caso de enfermedad grave había que trasladarse a Las Palmas. Medicamentos como la penicilina, había que conseguirlos a través de los cambuyoneros, a un precio exorbitante, en Las Palmas y sólo se podían administrar allí.”

Dolores era la segunda de una familia de siete: cinco mujeres y dos varones. Era una lectora apasionada, ayudada por el ambiente familiar, tanto en su casa como en casa de sus abuelos, donde lo habitual por las tardes era reunirse para hacer labores y leer. Una de las personas que influyó en su pasión por la lectura fue su tía abuela Lola Soto, maestra de izquierdas represaliada por la dictadura. Recuerda que la visitaban una o dos veces por semana, les daba golosinas mientras ella fumaba despacito un cigarrillo, les enseñaba álbumes de animales y plantas exóticas y leían, entre otras cosas, las historias de “Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno”. “Fíjate que es un libro que conseguí hace muy poco, casi apunto de ser abuela”, advierte con voz sonriente la doctora.

“Pero si tengo que ser sincera, de las personas que más he admirado, aparte de a mi padre, ha sido a mi abuelo Rafael Berriel Fuentes, alcalde constitucional de Tetir y agricultor”, destaca. “Era alguien muy especial, hizo que viniera una maestra para abrir una escuela para las niñas. Una mujer que influyó mucho en mi infancia fue mi tía Elena Rodríguez García, la primera mujer que tuvo carnet de conducir en la Isla y una mujer completamente moderna para esa época y que despertó en mí la conciencia de que las mujeres podíamos hacer cualquier actividad”.

Trabajó en Gran Tarajal y en el Hospital Clínico de Madrid, estudió Medicina y Psiquiatría y acabó trabajando en biología molecular

De la mezcla de todas esas personas quizás Dolores heredó esa rebeldía. En su promoción solo acabaron sexto de bachillerato tres mujeres: ella, su prima Soledad Berriel Martínez y Auxiliadora Saavedra, frente a once varones. Dolores fue la única de ellas que estudió una carrera universitaria en la Península. Tras el bachillerato se fue a Granada a estudiar medicina, y al terminar realizó diversos trabajos como médico. “Aunque a mí me gustaban distintas ramas de la medicina, las mujeres lo teníamos mucho más difícil que los hombres. De hecho en las solicitudes a los departamentos para las suplencias yo no ponía mi primer nombre, sino siempre ‘D. Martínez Berriel’. Si veían que eras mujer, olvídate de que te llamaran”.

De la ciudad de La Alhambra, se fue a Sevilla a trabajar en la Facultad de Medicina. “Un compañero me avisó de una plaza de residente en el Hospital Clínico de Madrid y para allí me fui”, comenta Dolores. Entre tanto, volvía siempre en verano a Fuerteventura de vacaciones y un año hizo una sustitución en Gran Tarajal, a petición de D. Arístides Hernández Morán. Un lugar donde todavía la recuerdan con cariño, y algún paciente rememora cómo gracias a sus dotes y estudios de sofrología lograba coser las heridas sin anestesia.

También descubrió el enorme trabajo que habían realizado en la Isla las parteras, las curanderas, las santeras y los esteleros entre la población majorera. “En sexto curso de carrera hice un trabajo para la asignatura de Historia de la Medicina y tomé conciencia de los pocos medios que había y la labor que realizaban estas mujeres”, subraya. “Los remedios que utilizaban eran mayormente hierbas, era increible”, señala sobre “los conocimientos y la importancia de los rezos, que no era otra cosa que la esperanza de curarte”. “La medicina psicosomática para mí es muy importante; el efecto placebo también cura. Conocí entre otras a ‘seña’ Antonia León que era de Tetir, que me contó sus prácticas curativas. Era un negociado entre mujeres, que se ayudaban unas a otras”.

En Gran Tarajal hizo amistad con la practicante Sebastiana Suárez, ‘Chanita’. “Era mayor que yo. Una mujer sobresaliente que en esa época estudiaba psicología, lo que hoy llaman una emprendedora.

Su primer sueldo en Granada como médico interno de un hospital de la diputación fue de 5.000 pesetas. En Madrid, Dolores, hizo la residencia en el Hospital Clínico San Carlos, en radiología y radioterapia. Posteriormente, trabajó en el Centro de quemados y cirugía plástica. De ahí sacó una oposición para un puesto en el departamento de Bioquímica Clínica y Microbiología.

“En las solicitudes a los departamentos para las suplencias yo no ponía mi primer nombre, sino siempre ‘D. Martínez Berriel’. Si veían que eras mujer, olvídate de que te llamaran”

En Madrid se casó con Enrique Luque Baena, ahora catedrático emérito de antropología en la Autónoma. “Con él siempre nos hemos repartido las cosas a medias”, afirma Dolores. “Nunca he sido la ‘señora de’, éramos iguales”. “Hemos tenido tres hijas a las que he inculcado que estudiaran lo que quisieran. Una es bióloga especialista en agua, quizás también influida por Fuerteventura, y se llama Yaiza. Otra arquitecta, Gador, que ha trabajado en China y en otros muchos países; ahora trabaja y reside en Barcelona. Y Teresa, que es matemática, después de muchos trabajos en importantes universidades del extranjero acaba de sacar una plaza en una universidad de Madrid. Pero mi gran alegría es que acaba de nacer mi primera nieta, Iria”, detalla.

En los últimos años, Dolores ha luchado contra la privatización de la sanidad y la falta de medios, y ahora, ya jubilada, sigue fiel a sus principios y preocupada porque se ha roto la relación personal entre el médico y el paciente, algo que cree que debe recuperarse. “Está bien tener todos los datos del enfermo en el ordenador y que se cumplan los protocolos, sin embargo no debe perderse el trato directo que tiene en sí mismo un efecto totalmente terapéutico”, considera.

Hace una pausa y subraya: “Tengo que decir que Fuerteventura es un sitio, donde las mujeres han sido siempre muy relevantes. A la Isla la han sacado adelante las mujeres y no me puedo olvidar de mencionar a otra persona muy importante para mí: ‘seña’ Isabel Peña, partera y la primera mujer que vi en mi vida, porque ayudó a mi madre a traerme al mundo”.

 

Comentarios

Éramos vecinos, conozco a toda la familia Berriel Martínez y Martínez Berriel, Los hermanos de Lola, Casto, Sarina, Pepa, Fátima, Domingo y Sagrario. Es cierto que para vernos todos juntos en el Charco, donde nos bañábamos teníamos que esperar al verano porque todos/as, estudiaban fuera. Les tengo mucho aprecio a todas estas familias, incluyendo a los Martínez Rguez., y los Martínez García.
¿Y no se lo impidieron los MACHOS?, esta es la prueba de la que vale vale y la que no a llevar el botijo.
Su mano tiende a cualquiera que por duda leve o severa se acerque a su vera con una preocupación.
Durante los cursos 69 y 70 impartí clase en el Instituto de Enseñanza Media de Puerto del Rosario, por lo que no conocí a esta, entonces, joven estudiante de Facultad. Sí a su tío don Casto y a su hermano don Domingo, a cuya hija examiné como alumna libre. Desde Gran Canaria, un abrazo para toda la familia, de la que tengo hermosos recuerdos. Un saludo.

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