Las instituciones públicas se desentienden
Mercedes y su hijo Alberto, con síndrome de down, a las puertas del desahucio
Las instituciones públicas se desentienden
La cuenta atrás para Mercedes Fernández y su hijo Alberto, con síndrome de down, ha comenzado. Si nadie lo remedia, el 31 de enero dormirán a la intemperie. Ese día tendrán que hacer frente a un desalojo después de que en 2018 se quedaran sin casa y tuvieran que okupar una vivienda vacía, propiedad de un banco. “Enero se irá muy rápido y nos vamos a ver en la calle”, lamenta esta madre.
Diario de Fuerteventura dio a conocer la situación de Mercedes y Alberto el pasado mes de agosto, una historia de infortunios, que llevó a esta familia a okupar una casa en 2018, después de que la vivienda donde residían se incendiara y el techo se viniera abajo.
Mercedes ya cargaba sobre sus espaldas con la pérdida de una hija de 14 años, víctima de la enfermedad del cáncer, además de penurias económicas, después de que la crisis la arrojara a la cola del paro.
Tras conocerse la historia, sonaron teléfonos ofreciendo ayuda y se acordaron algunas reuniones con administraciones. Entre ellas, el Ayuntamiento de Puerto del Rosario. Hasta allí se fueron Mercedes y Alberto en busca de una solución. “Pero me dijeron que no nos podían ayudar y, además, se mostraron molestos por haber contado el problema en los medios de comunicación”, comentan.
Desde el Cabildo de Fuerteventura también llamaron a Mercedes, y la respuesta fue parecida: “Me dijeron que, lamentablemente, era un caso que no tenía nada que ver con ellos, que no era de su competencia, sino del Ayuntamiento de la capital”, explica, preguntándose: “Si el Ayuntamiento me dijo que no era competencia de ellos, entonces ¿de quién es?”.
A la posibilidad de verse en la calle, se une una denuncia, puesta por el banco, por haber okupado la vivienda. La entidad bancaria pide 1.500 euros a Mercedes y la misma cantidad a Alberto, con una discapacidad intelectual del 82 por ciento. “El banco se niega a negociar cualquier salida, lo único que quiere es que se les entregue la llave”, lamenta la mujer.
Para evitar que esto ocurra, la abogada que les lleva el caso llegó a un acuerdo con el letrado que representa al banco. “Si salíamos voluntariamente antes de la fecha de desalojo, el 31 de enero, ellos retirarían de la demanda las costas que nos piden a cada uno”, explica Mercedes.
Ella y su hijo viven con 268 euros, la prestación que recibe Alberto en concepto de dependencia. Sabe que no podrá hacer frente a la cantidad de la multa, pero, sobre todo, esta madre lo que quiere evitar es hacer pasar a su hijo por el mal trago de ver cómo unos policías llaman a la puerta para sacarlos de la vivienda.
A través de las redes sociales, Mercedes recibió un halo de esperanza. Unas amigas virtuales, a las que había conocido a través de un grupo animalista en Facebook, se ofrecieron a ayudarla. Incluso, a buscarle un techo donde vivir. El gesto solidario llegaba de Galicia.
Preparando la marcha
Durante días, Mercedes se planteó y replanteó la propuesta. Temía cómo podía afectar la mudanza a Alberto, verse fuera de su entorno y alejado de sus profesores y compañeros de clase. Le dio vueltas y más vueltas a la cabeza y, al final, Galicia fue la única opción a la que agarrarse.
Mercedes: “Lo único que les digo a las personas que están sentadas en un sillón, con algo de poder, es que piensen qué llevó a esa persona a meterse en una vivienda como okupa”
Luego empezó a mirar la oferta con optimismo: “Vi una oportunidad para empezar de cero, incluso allí hay más salidas para Alberto, ya que, lamentablemente, Fuerteventura tampoco tiene más opciones para personas como él. Mi hijo cumplirá veintiún años en 2020, le queda un año de escolarización, luego ¿qué haré con él? Me niego a que esté las veinticuatro horas en casa de brazos cruzados”.
Cuando por fin se decidió a arriesgar y marcharse, Mercedes llamó a algunos de aquellos partidos políticos que tocaron en su puerta para ofrecerle ayuda nada más publicarse la noticia. Necesitaba que alguien la apoyara económicamente con el viaje y la mudanza. “Son cosas personales que me niego a dejar atrás, como los recuerdos de mi hija fallecida”, explica.
A la desesperada, Mercedes puso en venta algunas de sus pertenencias. Gracias a las redes sociales, ha conseguido malvender algunos de los objetos, pero el dinero sigue sin ser suficiente.
Sin embargo, aquellos políticos que, tras conocer la noticia en los medios de comunicación, corrieron a ayudarla, ahora han empezado a darle largas. “Les dije ‘si decido marcharme ¿me echáis una mano para irme? La respuesta fue rotunda: ‘sí’”, pero al menos hasta los primeros días de enero, “no ha llegado la ayuda”, lamenta, decepcionada.
Mientras los políticos se han ido pasando la pelota y lanzando balones fuera, Mercedes y Alberto han recibido llamadas y palabras de consuelo de la ciudadanía. La mujer se emociona recordando a la dueña de una pizzería de la capital que, conociendo la pasión que Alberto tiene por la pasta y las pizzas y las dificultades económicas de la familia, lo ha invitado, en más de una ocasión, a sentarse a la mesa del restaurante.
También insiste en que en el reportaje deben aparecer los nombres de Paloma, Aridane, Estela, Guacimara, Anita y Vanesa. Son las personas que, en todo este tiempo, se han ofrecido a ayudarla, intentando buscar soluciones o, simplemente, escuchándola.
Mercedes entiende que la palabra okupa echa para atrás: “Pero lo único que les digo a las personas que están sentadas en un sillón, con algo de poder, es que piensen qué llevó a esa persona a meterse en una vivienda como okupa. Hay casos y casos. El mío fue por extrema necesidad”, insiste.
Coste emocional
La incertidumbre y el miedo al desalojo han pasado factura a esta mujer, que ya pasó por un carcinoma hace año y medio. “Estoy llorando por todo y todo me parece un mundo. No tengo ganas de hacer nada, ni levantarme de la cama, salgo de casa sólo por Alberto para no tenerlo todo el día encerrado”, explica.
La situación también está pasando factura al chico. El joven ha cambiado el comportamiento, se muestra más brusco con sus compañeros del colegio y más nervioso. “Él ve que algo ocurre, no sabe qué, pero ve las cosas en cajas e intuye que algo pasa y eso lo tiene más nervioso”.
La única solución que encuentra Mercedes es quedarse en casa hasta que vengan a sacarlos. Sabe que los echarán: “Intento hacerme a la idea de que esa llamada llegará. Me veo un día antes sacando las cosas a la puerta de la casa para que ese día me saquen sólo a mí y a mi hijo y, a partir de ahí, a saber qué ocurrirá”.
Comentarios
1 Jose Rodriguez Sáb, 11/01/2020 - 08:39
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