“Yo no sé cómo va a ser esto, no me lo puedo ni imaginar”, admite la dueña de un supermercado con un suspiro. Cuando dice “esto” se refiere al futuro
Ruta por una Isla en estado de alarma: “El miedo no te lo quita nadie”
“Yo no sé cómo va a ser esto, no me lo puedo ni imaginar”, admite la dueña de un supermercado con un suspiro. Cuando dice “esto” se refiere al futuro
El coronavirus ha paralizado a Lanzarote. En una Isla confinada, poca vida queda en el exterior de las casas. En una ruta te puedes encontrar con un agricultor cuyos padres se contagiaron de Covid-19, a las responsables de dos tiendas de pueblo que extreman las medidas de higiene, a un taxista que ve negro el horizonte y a un emprendedor que no pierde la esperanza pero que se adapta rápido a los cambios porque de esperanza no se come.
8.15. Es lunes y cuesta encontrar agricultores en La Geria. En unos hoyos junto a un cruce de caminos, Toño –prefiere no mencionar el apellido- sulfata contra el mildiu, "la primera enfermedad que le entra” a las viñas. “Este año vienen bonitas, a ver si se aguarece la parra”, implora. Toño no cultiva para vender a bodegas, sino “para la familia”. Cada año saca “unos 200 o 300 litros”. Los viticultores que conoce son pesimistas: “Está todo muy complicado, porque las bodegas dicen que si no abre la hostelería…”, y deja en el aire la conclusión, que es obvia y no es necesario explicitarla.
Toño trabaja en una residencia, con personas de riesgo. Hace días que no acude a su puesto. “Ahora estoy en casa, pintando…”. Primero dio positivo en coronavirus su padre, que “el 1 de septiembre hace 75 años”, y luego su madre, un año menor. El padre tiene “problemas del corazón” y su madre “apnea del sueño”. El origen del contagio lo sospecha: “Seguramente fue cuando tuvo que ir al médico, al Negrín en Gran Canaria”. Una hermana que los cuida dio negativo en el test. Un alivio. Han estado ingresados en el Hospital Doctor Molina Orosa, que cada día les informa de su evolución, y espera que en breve puedan volver los dos a casa. De nuevo, primero el padre. La madre “seguramente se tendrá que quedar más días”. “Poco a poco”, dice.
Toño vuelve a mirar para las parras, su “hobby”. Le distraen y tampoco contempla como una opción “abandonar las tierras”. “Aquí vivimos del turismo, todo está relacionado con el turismo”, repite. Tiene aparcada la pickup en un desvío del Camino del Guaco, la prolongación de la carretera que, al otro lado de la LZ-30 que atraviesa La Geria, continúa hacia Conil. En el navegador del teléfono móvil, unas flechas de color rosa marcan las casas, varias decenas en apenas unos pocos kilómetros a la redonda, que se dedicaban al alquiler vacacional. Con nombres tradicionales (Vega de Tegoyo), inspiradores (Nirvana Lanzarote) o que directamente pretenden llamar la atención del turista británico (Lanzarote Country Sites).
En las fincas cercanas a las bodegas El Grifo y Los Bermejos, dos de las principales de la Isla, también se trabajan las parras este lunes por la mañana, de forma más mecanizada, con pequeños tractores y operarios equipados con completos trajes de protección, como preparados para una guerra química.
9.05. “Los guantes, caballero, cójalos ahí”. La tienda de Lourdes lleva 70 años abierta en Soo. Primero a cargo de su suegra y con otra denominación, pero desde hace 38 años bajo su mando y con su nombre. Es conocida por la calidad de sus productos del campo. “Trabajamos mucho con turistas y gente de otras Islas que, cuando está por Lanzarote, pasa por aquí. Claro, ahora no tenemos ninguno de esos clientes”, señala. Ha puesto una mampara en la caja, que está justo a la derecha, cuando se entra al establecimiento. “La tienda es chiquitita pero la tenemos organizada y con medidas de seguridad”, explica desde detrás del mostrador, con guantes y mascarilla, “por la seguridad de los clientes y la nuestra propia”. Eso sí, “el miedo no te lo quita nadie”, reconoce.
Su clientela se ha reducido a los vecinos del propio Soo, de Caleta de Caballo, Tinajo… Antes abría desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche. Ahora hasta las ocho de la tarde. A partir de esa hora ya no sale nadie de las casas. “La gente viene y hace la compra para dos o tres días, pero el pan hay que comprarlo a diario”, dice. La mascarilla también se ha convertido en un atuendo de los clientes: de tres que han entrado en apenas cinco minutos, dos la llevan. “Adiós Lourdes”, le dice uno tras llevarse una manilla de plátanos. “Ay, adiós mi niño, con la mascarilla no te reconocía”.
9.30. En el supermercado de Otilia, en Caleta de Famara, un cartel advierte: “Por la seguridad de todos, respete la distancia de 1,5 metros”. Otro letrero ordena: “Máximo tres personas en el establecimiento”. En realidad, dos clientes y la dependienta, o un cliente, un repartidor y la dependienta, que frena con un gesto de la mano a una persona que iba a traspasar el umbral de la entrada. “Y cuando hay una persona mayor, pues no entra nadie más”, explica una de las hijas de Otilia, a la que le ha tocado despachar este lunes, con una mascarilla que le cubre casi toda la cara.
“Yo no sé cómo va a ser esto, no me lo puedo ni imaginar”, admite con un suspiro. Cuando dice “esto” se refiere al futuro. El pronombre demostrativo neutro es ahora más que nunca sinónimo de incertidumbre. Las escuelas de surf, que se suceden en la Avenida El Marinero, a la entrada del pueblo, están cerradas. En la Caleta, como en todas partes, los antes prósperos bares y restaurantes tienen la persiana bajada. Entre ellos El Risco, galardonado hace dos meses como el mejor de Canarias en unos premios organizados por una guía gastronómica y patrocinados por una marca de cerveza holandesa. En el pueblo solo están abiertos los tres pequeños supermercados. En Otilia es habitual tropezarte en verano tanto con surfistas como con el expresidente Zapatero y su perrito. Ahora sobreviven “con la gente del pueblo”. De momento.
9.55. “Ves ese taxi. Lleva esperando una hora y veintiséis minutos por que alguien se suba”. En Teguise hay 39 taxis. El servicio de transporte es obligatorio en el estado de alarma, pero garantizarlo es un quebradero de cabeza. En el municipio hay tres turnos: cuatro vehículos por la mañana, dos por la tarde y uno por la noche. “Se trabaja un día sí y tres no, para que haya rotación”. Con suerte, el taxista baja la bandera media docena de veces al día. “Aquí no hay casi nada, salvo algún viajito al supermercado o a la farmacia, alguien que se desespera porque tarda la guagua…”, dice Luis Pérez, 17 años al volante. Esta mañana ha sido afortunado: una carrera de La Villa al Hospital, en Arrecife. 13 euros para la caja. “Hay días que haces 20 euros, con muchísima suerte 30, pero hay otros en los que te llevas cuatro o cinco euros para casa”. Lo peor es el último turno: “¿Quién se mueve ahora por la noche?”.
En un taxi donde antes podían entrar cuatro pasajeros ahora solo puede subirse uno. En los furgones, en función de la disposición de los asientos, pueden entrar dos. Por seguridad. En el sector no se termina de entender: “¿Qué sentido tiene que, por ejemplo un matrimonio, que convive en la misma casa y se pasa el día junto, luego no pueda subirse al mismo taxi?”. Una chica, que lleva prisa, se monta en el primer vehículo de la fila. “Hora y media justa de espera. De una jornada de ocho horas, saca tú la media de servicios”.
10.30. En Costa Teguise hay unas pocas obras en marcha y se ve alguna cuadrilla de jardineros, a la sombra, probablemente por la hora. Las dos semanas en las que se suspendieron las actividades consideradas como no esenciales el parón fue total. “¿Querías un bocadillo? Enseguida te lo preparo. Hoy tenemos pata”. Son las diez y media de la mañana y en ‘El Guachinche de Luis’ tienen movimiento. Una vecina se asoma a hacer un encargo, un par de operarios a llevarse el desayuno y en la cocina bulle la actividad preparando el menú del almuerzo. El local de comidas para llevar estuvo cerrado los cuatro primeros días del estado de alarma por una “confusión”, dice su dueño. Las autoridades pensaban que se trataba de la cafetería, del mismo nombre, que está al lado.
Con el bar, Luis Ruiz de Somavía lleva 11 años, a unos pasos de la sede del Ayuntamiento en la localidad turística. En el local anexo había una peluquería, que cerró, y Luis vio una oportunidad. Lo reconvirtió en asadero de pollos y establecimiento de comidas preparadas hace tres meses. “Metí las cuatro pesetillas que tenía ahorradas y me he quedado desfondado”. En la sexta semana del estado alarma, es el único local de sus características que permanece en funcionamiento en Costa Teguise.
“Esto está siendo muy duro, ha estado todo muy parado, pero con la vuelta de la construcción se ha empezado a activar un poco”. Ese es su diagnóstico. Cada día preparan unos 15 platos y, lo que sobra, se lo llevan para casa. Este domingo cocinaron 12 pollos “y se vendieron”. Luis empieza a explicar que el pollo lo elaboran de una forma especial, “al bidón”, como reza en un cartel encima de la puerta, pero un pensamiento más importante lo interrumpe: “Mira, cada día llevamos tres euros de potaje a una señora. Hay personas para las que somos necesarios, imprescindibles”.
Luis, que dirige la actividad de su negocio con nervio, como un director de orquesta al que solo le falta la batuta, ha tenido que apretarse el cinturón (tenía un cocinero que tuvo que parar) y ser un “echado para adelante”. Imprimió unas cuartillas y las repartió por los supermercados de la zona. Ha conseguido acuerdos para servir 12 menús a un hotel que mantiene a su servicio técnico y cuatro para Los Zocos. Hoy toca potaje y escalope. El precio es el más barato posible, el margen mínimo, pero ‘El Guachinche’ va “escapando”. Y eso, en los tiempos que corren, no es poco.
Añadir nuevo comentario