El Covid-19 ha dejado en el aire otra pandemia que tardará tiempo en doblegar la curva: la de la pobreza y las desigualdades. Cómo poder dar de comer a sus hijos o hacer frente al alquiler preocupa a miles de familias canarias, casi tanto como contagiarse con el coronavirus
Cuando el virus te deja vacía la nevera
El Covid-19 ha dejado en el aire otra pandemia que tardará tiempo en doblegar la curva: la de la pobreza y las desigualdades. Cómo poder dar de comer a sus hijos o hacer frente al alquiler preocupa a miles de familias canarias, casi tanto como contagiarse con el coronavirus
Ana ganaba el suficiente dinero con su sueldo de camarera de piso como para pagar un alquiler, la letra del coche, Internet y poner cada día el caldero al fuego para ella y sus dos hijos de catorce y nueve años. El coronavirus ha hecho que el filete de ternera o la pizza hayan dejado de pasar por su casa. Ahora, toca comprar pollo y buscar gangas en los supermercados.
El Covid-19 empieza a regar otra pandemia en la población: la miseria. El Cabildo de Fuerteventura ha tenido que repartir ayudas de alimentación a más de 12.000 familias. Los ayuntamientos también se han visto desbordados ante la nueva situación que ha dejado la crisis sanitaria con usuarios que jamás imaginaron verse en las colas de los Servicios Sociales. Incluso, se han tenido que activar pequeñas redes solidarias que hacen llegar la compra a hogares donde la nevera, de un día para otro, se ha quedado vacía.
El virus arrastró a Ana a un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). Hace 20 años, llegó a España en busca de un trabajo. Dejaba atrás su país, Rumania, “donde siempre se ha trabajado mucho, pero los sueldos son muy pequeños y la comida es mucho más cara”, explica.
Después de 18 años en Madrid, ella y sus dos hijos tomaron un vuelo rumbo a Fuerteventura en 2018. Comenzó a trabajar en un hotel del sur como camarera de piso. Tal vez, jamás se creyó que tenía la suerte de su parte. Su sueldo era el suficiente para pagar un alquiler de 500 euros, una letra del coche de casi 200, recibos, teléfono, Internet…, pero llegó el virus y, de un día para otro, se vio marcando el teléfono de los Servicios Sociales municipales.
Ana trabajó hasta el 21 de marzo en el hotel. Al día siguiente, tenía que librar y al otro, si la vida hubiera seguido igual, se hubiera incorporado al trabajo. Sin embargo, ese día entró en un ERTE. La sorprendió sin ahorros. El sueldo le daba para mantenerse ella y su hija en Fuerteventura y enviar dinero a Madrid, donde reside desde hace algún tiempo su hijo junto a una tía suya. Es la primera vez que recurre a pedir ayuda. “Me sentía mal, no me gustaba pedir”, insiste.
Una amiga le decía que no había que tener vergüenza porque no se hace nada malo, pero “yo siempre he trabajado y me he buscado la vida para no recurrir a nadie”. Desde que el Covid-19 llegó a sus vida, la dieta de Ana y la de y su hija ha cambiado bastante. “Antes te permitías comprar un filetito de ternera o una pizza si a los niños le apetecía, ahora la comida es con más pollo porque es más barato”, explica resignada.
Inmediatamente después, empieza a decir cómo se las ingenia para comprar. En estas semanas de confinamiento, ha podido descubrir qué día de la semana tiene el supermercado la carne en oferta o en cuál está la fruta más barata. Le da miedo quedarse sin un techo. Ya en abril sólo pudo ingresar 300 euros al casero. El sueldo de marzo sufrió un recorte de 500 euros. “Si ingresaba los 500 del alquiler no llegaba a fin de mes, aun así, he llegado justita. Lo que he ganado ha sido para pagar y para comprar comida, la justa”.
No quiere regresar a Madrid y, menos a Rumanía, cuando acabe todo esto. “Si voy para Madrid tengo que vivir con toda mi familia y somos muchos para estar todos en la misma casa”, razona. Durante la conversación, Ana nombra varias veces a su amiga Juanita. Las dos comparten profesión y confidencias durante el confinamiento.
Las manos de Juani, de 41 años, están acostumbradas a trabajar. Primero cogiendo tomates en tomateras de Gran Canaria y, más tarde, con la fregona en los hoteles. En 2014, esta tinerfeña de nacimiento se vino a Fuerteventura. Su último trabajo fue cubriendo una baja de mes y medio en un hotel del sur. La intención de la empresa era hacerle otro contrato de seis meses, pero el virus lo impidió.
Explica que no tiene derecho al paro y, además, tendrá que esperar un mes para pedir el subsidio por desempleo. Si no hubiera sido por la ayuda para la alimentación no sabe qué podía haber dado de comer a su familia. Le preocupa el futuro que tendrán sus hijos, una vez pase el coronavirus. También el suyo. “Yo no sé hacer otra cosa que limpiar, qué haré entonces si los hoteles no abren”, se pregunta.
Confinados
Silvana llegó hace 17 años a Canarias desde Uruguay. La delincuencia y la situación económica la animaron a hacer las maletas y viajar al Archipiélago. Vive el confinamiento con sus dos hijos menores, una hija mayor que ha vuelto al hogar, y dos nietos de dos y cinco años. Duermen repartidos en dos habitaciones.
Silvana, de 45 años, forma parte del movimiento de Las Kellys, un colectivo que ha visto cómo su situación de precariedad se agudiza con la pandemia. La mujer cuenta, que “se ha quedado sin nada, sin trabajo y sin paro”. En su puesto laboral sumaba siete meses por lo que no tenía el tiempo suficiente cotizado para la prestación por desempleo. La ayuda social tendrá que esperar hasta junio.
“Intento que coman bien al mediodía porque en tres o cuatro horas, no hay nada más. No les dejo picotear porque si no se acaba, me tengo que organizar muy bien con eso”
Trabajó hasta principios de marzo en un hotel en Corralejo. La crisis del Covid-19 ya empezaba entonces a resentir al turismo. Cuenta que el complejo hotelero donde trabajaba “había empezado a recibir menos turistas" y la pararon. “Entonces otro hotel me comentó que me iba a contratar, pero llegó la alarma y me dijeron que iban a dejar de venir turistas, a cerrar hoteles. Me quedé en la nada”. Silvana ha recurrido a la ayuda de alimentos del Cabildo y también se ha dirigido a los Servicios Sociales del Ayuntamiento de La Oliva.
Llevan el confinamiento como puede, aunque no es fácil con tanto niño pequeño a los que intenta entretener para que “no se pongan a llorar”. También ha tenido que empezar a controlar los alimentos. Le da miedo que la nevera se quede vacía. Comenta que, en su hogar, evita el picoteo: “Intento que coman bien al mediodía porque en tres o cuatro horas, no hay nada más. No les dejo picotear porque si no se acaba, me tengo que organizar muy bien con eso”. Cuando le preguntan por el futuro que les espera, asegura que no quiere ni pensarlo, porque “si no me puedo volver loca”.
Según datos publicados por la Consejería de Empleo del Gobierno canario, del 19 de marzo al 24 de abril se presentaron 201.693 solicitudes de ERTE en Canarias, de los que 1.609 corresponden a Fuerteventura. En ese periodo, un total de 11.547 trabajadores se vieron afectados por un Expediente de regulación temporal de empleo en Fuerteventura.
La historia de Nayra, majorera de 35 años, es una de las que se esconden detrás de estas cifras. Durante los últimos diez meses, su rutina diaria era de casa al aeropuerto. Allí, trabajaba como encargada de una de las empresas que gestionan las cafeterías. El 14 de marzo, el Gobierno de España anunció el segundo estado de alarma de la democracia reciente. El primero era para dar respuesta al cierre del espacio aéreo por una huelga de controladores. En esta ocasión, era para evitar que un virus siguiera contagiando a la ciudadanía.
Un día después del estado de alarma, efectivos de la Guardia Civil ordenaron el cierre de las tiendas del aeropuerto. “Al día siguiente, la empresa nos comunicó que iban a hacer un ERTE”, explica esta madre soltera con una hija de cinco años. El 2 de abril, Nayra recibió un correo del INEM donde le decían que iba a cobrar el 10 de mayo y la cantidad que iba a recibir. Luego, llegó otro correo donde le comunicaban que había habido un error de cálculo y que iba a cobrar menos de lo que estaba previsto. Al final, cobraría 900 euros.
“No sé si voy a ser capaz de hacer frente a todo esto. Tengo miedo a lo que puede pasar, soy una persona que nunca ha estado en el paro”
Vive de alquiler. Paga 420 euros, que no ha podido abonar en abril. Ha intentado solicitar las ayudas del Gobierno, pero rellenar los formularios sin ordenador no resulta sencillo. Si no es por su madre, Nayra no sabe cómo hubiera llenado la nevera. “Mi hija padece una alergia alimentaria bastante importante, los productos tienen que ser de soja y sale más caro”, explica.
Reconoce que ha tenido que dejar de comprar determinados alimentos o racionar otros, como las natillas de su hija. “Ahora no puede comerse una natilla todos los días por el precio que tienen”, cuenta. “Mi madre me ha dejado dinero para comprar. Por suerte, tengo a alguien que me ayude, quien me ha fallado es el Gobierno porque si me hubiera pagado el día 10 de abril como me corresponde, puesto que mi ERTE está aprobado desde el 21 de marzo, hubiera podido pagar mi alquiler y aún me hubiera sobrado algo de dinero para ir tirando”, lamenta.
Nayra no sabe cuándo se podrá incorporar al trabajo porque, al fin y al cabo, depende del turismo y de la apertura de fronteras. Tampoco si será de las primeras trabajadoras o tendrá que esperar algún tiempo más. También tiene miedo a que luego llegue el despido. Una vez se levante el confinamiento, Nayra sabe que llegarán otros gastos. “No sé si voy a ser capaz de hacer frente a todo esto. Tengo miedo a lo que puede pasar, soy una persona que nunca ha estado en el paro”.
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