Los expertos aseguran que la situación provocada por la pandemia sanitaria ha derivado en “ansiedad”, tanto para los menores con autismo y con trastorno por déficit de atención como para las familias
La educación especial, la olvidada en la era de la docencia virtual
Los expertos aseguran que la situación provocada por la pandemia sanitaria ha derivado en “ansiedad”, tanto para los menores con autismo y con trastorno por déficit de atención como para las familias
Jane Selton tiene un hijo de 14 años, Thomas, diagnosticado con Trastorno del Espectro Autista (TEA) y Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TEAH). La crisis vírica le sacó de un día para otro del aula y lo obligó a seguir las clases de forma virtual. “Ha sido horrible”, asegura su madre. Los niños de educación especial son de mucha rutina y hábitos. Sacarlos del colegio de repente y explicarles que, a partir de ahora, tendrán que seguir al profesor a través de un ordenador no es fácil. Muchos han acabado con ansiedad. A la incertidumbre de no saber cuándo regresarán a clase, se une la preocupación de las familias ante el retroceso educativo al que tendrán que hacer frente estos niños y niñas cuando comience, de nuevo, el curso escolar.
Patricia Martín es psicóloga y directora del Centro de Formación: El mundo a tu alcance. Diferentes e Iguales. Antes del estado de alarma, atendía a más de un centenar de menores con trastornos de aprendizaje y conductuales problemáticos. Asegura que la situación derivada por la pandemia sanitaria ha derivado en “ansiedad tanto para el niño como para la familia”.
“Las familias están descontroladas porque son situaciones nuevas que nunca han vivido. Por un lado, la ansiedad del padre de no poder ayudar y no saber cómo actuar y, por otra, la del menor a punto de reventar después de dos meses sin poder hacer nada”, explica Patricia, que ha intentado durante estos más de dos meses de confinamiento dar un apoyo telemático. Sin embargo, reconoce que no se ha podido llegar de la misma manera a todos debido a la falta de recursos como, por ejemplo, la conexión a internet.
Esta profesional explica que este tipo de niños tienen “información fotográfica. Ellos todo lo que aprenden es con fotografías, lo veo y lo tengo con retentiva”. El problema llega cuando hay que hacerles entender, de un día para otro, que tienen que entrar a un ordenador y utilizar unas claves si “ni siquiera les han dado educación para utilizar ese tipo de herramientas”, explica.
Patricia asegura que “la problemática principal ha sido enseñarles a meterse en el sistema. Con algunos, nos ha costado hasta un mes, también que los profesores entiendan que los niños tienen que aprender a entrar. Hemos tenido casos de alumnos que han mandado los deberes al mes siguiente y profesores que no llegan a aprender que esas patologías tienen eso”.
Leticia Martel forma parte de Amatea, la Asociación Majorera para la Integración de Personas con el Trastorno del Espectro Autista. Tiene dos hijos con TEA de diez y 13 años. El 13 de marzo les tuvo que comunicar que, de momento, no volverían a clase, “esa noche no durmieron bien. Al cambiarles la rutina se sentían extraños en la casa”, recuerda.
Su calvario durante el confinamiento ha sido por culpa del ordenador. “Tenía que estar pendiente de encendérselos; poner la hora de la clase porque mis hijos no tienen autonomía y son muy despistados; y saber a qué hora se conectan para hacer la videollamada. A veces, me pasaba cuatro horas con ellos”, comenta.
A esta situación se une, explica Leticia, la dificultad que supone para ellos seguir las clases online porque “no están acostumbrados a hacerlo por ordenador. No es lo mismo presencial, con una profesora a la que ven cara a cara, que así. Además, a ellos también les cuesta decir que tienen un problema o dificultad y en el ordenador es peor todavía. Al final, los míos se callaban, aunque tuvieran una duda”.
Saturados de tareas
Jane se muestra orgullosa de que su hijo sea de ese grupo de niños que acude feliz a las aulas. “Nunca he tenido que arrastrarlo al colegio, corre todas las mañanas lo más rápido que puede”, asegura orgullosa. Dos días antes de decretarse el estado de alarma, Educación anunció el cierre de un día para otro de los colegios. “A cualquier niño que sufre autismo, este tipo de imprevistos no le vienen bien. Son niños de mucha rutina y se la cambiaron”, trata de explicar Jane.
Luego empezó a llegar tarea por correo electrónico. Su madre describe aquellas situaciones como “horribles”. Recuerda que “recibía tanto email y tanta tarea por ordenador que no sabía ni por dónde empezar”. Muchos de los deberes no tenían la adaptación curricular. Además, “hacer tarea a través de un ordenador no le gustaba porque para él eso no era el colegio, él quería ir al insti”, cuenta su madre. Al final, Jane tuvo que explicarle que en la calle había un coronavirus muy serio, que estaba matando a la gente y que lo mejor era quedarse en casa y no ir al colegio.
La dificultad aumenta cuando los protagonistas son menores con necesidades educativas especiales. Patricia Martín cuenta que algún padre se ha tenido que ir al paro y el otro quedarse trabajando porque estos “niños no se pueden quedar solos en casa”
La situación de estrés terminó con Jane. En medio de la cuarentena, sufrió una parálisis facial. Al final, tuvo que llamar a la profesora de apoyo y decirle que todo aquello era demasiado y que tenía que retirarse un tiempo porque “si no me iba a dar algo”.
La ‘nueva normalidad’ educativa ha dejado a Thomas desequilibrado. Normalmente está medicado, pero en verano su madre, enfermera de profesión, le retira la medicación para que su cuerpo descanse porque “son bastante fuertes. Creo que este verano no podré parar la medicación porque su ansiedad es mucho más alta que la normal”, asegura preocupada.
También le preocupa el regreso a las aulas. Tal vez, sea en septiembre, octubre o cuando el virus quiera. “Antes estaba bien en el colegio. Pasaba la mitad del tiempo en un aula ordinaria y también iba unas horas al aula enclave. Estaba empezando a mejorar y a la mitad lo hemos dejado”, lamenta.
El chico ha llegado al punto de no querer salir de casa, una vez se ha ido levantando el confinamiento. “Estoy bien en casa, si no puedo ir al colegio, no quiero salir”, le suele decir a su madre cuando le propone la opción de dar un paseo.
Patricia Martín plantea dos problemas para los niños de educación especial, una vez se retome el curso escolar presencial. Uno será el estancamiento educativo y la dificultad que conllevará ponerlos al día, “creo que eso va a durar medio año”. Lo segundo son posibles episodios de ansiedad.
Diferentes e Iguales retomó las clases el pasado 25 de mayo, con un aforo de un tercio de ocupación y con todas las medidas y protocolos sanitarios posibles. “Los estoy acostumbrando a que tienen que llevar mascarilla, usar gel hidroalcohólico cuando entran y salen. Los estoy preparando para lo que pase en septiembre”, explica Patricia.
El coronavirus también ha paralizado terapias como la fisioterapia, la logopedia o la visita a los terapeutas. “Hemos intentado que los padres, dentro de la anomalía que tenían dentro de las casas, hicieran que los chiquillos se movieran para que la parte muscular no se atrofiara. Se vuelven vagos, no quieren moverse y al final la atrofia muscular está presente”, señala la directora de Diferentes e Iguales.
La educación en la era Covid ha tenido otros quebraderos de cabeza como la falta de conexión a internet en algunas casas, lo que ha dificultado aún más las clases en hogares con escasos recursos económicos y el poco margen de maniobras de unos padres que han tenido que seguir trabajando y ejerciendo de maestros al mismo tiempo.
La dificultad aumenta cuando los protagonistas son niños con necesidades educativas especiales. Patricia cuenta que algún padre se ha tenido que ir al paro y el otro quedarse trabajando porque estos “niños no se pueden quedar solos en la casa”.
Mayores con discapacidad
El Centro de Formación: El mundo a tu alcance. Diferentes e Iguales desarrolla un proyecto de entrenamiento en habilidades socioeducativas para personas con discapacidad mayores de 21 años, financiado por la Consejería de Políticas Sociales del Cabildo majorero a través de una subvención a la Asociación de Discapacitados Visuales, Auditivos y Físicos de Fuerteventura (Adivia). En total, son diez las personas que participan en esta iniciativa.
Tania Azurmendi, trabajadora social de Adivia, reconoce la problemática que supone para las personas con discapacidad ver alteradas sus rutinas, “tienen dificultad de entender y aunque se les explique, muchas veces no entienden el motivo por el que no pueden salir o ir al centro donde tienen las relaciones sociales”. Para muchos, estas relaciones son “las únicas que mantienen fuera del entorno familiar. Si para nosotros el confinamiento fue duro porque no se podía salir, para ellos fue el doble”, opina.
La trabajadora social de Adivia explica que, durante el confinamiento, las familias de los diez jóvenes que participan en esta iniciativa, “nos han ido trasladando lo difícil que ha sido mantener el ánimo y las ganas que tienen de ver a sus compañeros y compartir momentos. Cada vez que les mandamos un video o un audio, se acuerdan muchísimo y tienen ganas de volver”.
Durante el confinamiento, se tuvieron que tomar medidas sobre la marcha. Tania explica que “se tuvo que prestar apoyo a las familias y hacer un seguimiento y envío de tareas para que los jóvenes no perdieran las habilidades que ya tienen cogidas”.
Para estos jóvenes con discapacidad ha sido duro encerrarse en casa. Tal vez, más para las familias. “Si antes ya estaban en una situación límite de cuidados y responsabilidades ahora han estado al doble. El ánimo de los chicos ha estado muy alterado al tener que salirse de la rutina”, comenta Tania.
Patricia Martín, de Diferentes e Iguales, añade “habrá, incluso, que valorar ahora si han tenido algún tipo de depresión. Algunos tienen un autismo profundo y determinadas patologías. Hay, incluso, familias que han llamado a Psiquiatría porque se han dado golpes muy grandes dentro de las casas”.
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