Las tres zonas turísticas de Lanzarote están irreconocibles. En sus principales avenidas apenas hay locales abiertos, y los pocos que se han atrevido esperan que el turismo puede llegar lo antes posible
Un desierto en las zonas turísticas: “Aguantar es duro”
Las tres zonas turísticas de Lanzarote están irreconocibles. En sus principales avenidas apenas hay locales abiertos, y los pocos que se han atrevido esperan que el turismo puede llegar lo antes posible
Una línea blanca discontinua divide el pavimento del paseo marítimo de Playa Blanca: las personas que van hacia Papagayo deben caminar por la derecha y las que van hacia Pechiguera, por la izquierda. Así lo indican unos símbolos de peatones con vocación de futuro, no se sabe aún si muy próximo o no tanto. Todo está preparado para poder mantener la distancia social aunque falta un pequeño detalle. No hay quien llene las calles. En esa avenida no hay un solo establecimiento abierto al público. Solo un restaurante asiático ofrece comida para llevar. Unos metros más allá, en la playa del pueblo, dos bañistas aprovechan el césped artificial de la entrada de una perfumería cerrada.
En Playa Blanca sí han abierto algunos comercios en la calle Limones, algunos más en la calle El Correíllo y varios bares en la Avenida Papagayo, que acompañan a un silencio y una tranquilidad inédita, como ocurre en las otras dos zonas turísticas de la Isla. Playa Blanca, Puerto del Carmen y Costa Teguise están irreconocibles.
Marta abrió el 11 de mayo el Cocktail Vali, junto a El Jablillo. Se turnan trabajando ella y su marido durante doce horas para facturar una cuarta parte de lo que solían hacer, con vecinos de la zona “y algún turista que se quedó atrapado”. Dice que hay negocios en la zona que no van a volver a abrir y que ha tenido suerte porque la propiedad del local le permite aplazar el pago. El pago del alquiler es uno de los elementos que determinan la supervivencia de los negocios. Hay establecimientos que abren porque han conseguido una rebaja o una moratoria y otros que lo hacen, precisamente, porque no la han conseguido y, al verse obligados a a afrontar el pago, comienzan la actividad.
Eso es lo que hace un restaurante italiano en la calle Limones, según dice Aakash, que regenta una tienda de ropa de hogar y manteles, Sanaya. Él, junto a su hija, ha abierto unas horas “pero no merece la pena, esto no se recupera hasta dentro de un año”. Algunas tiendas, en la misma calle ya han desmontado el escaparate y no volverán a abrir. Una cadena de perfumerías también ha echado el cierre en esa calle. “El que tiene más de una tienda, ahora no abre ninguna, pero cuando pueda dejará sin abrir alguna de ellas”, señala Aakash.
Marta, de Cocktail Vali en El Jablillo.
En la Avenida de Puerto del Carmen, cerca del Hotel Fariones, ya han cerrado este mes tres tiendas. Eso afirma Chandra Prakash Hirani, que desde hace 14 años tiene una tienda de electrónica en la zona y que, de momento, no va a abrir, hasta que no abran los hoteles. “¿Para qué, si los hoteles siguen cerrados hasta septiembre?”. Y se responde con otra pregunta: “Si solo llega un treinta por ciento del turismo, ¿quién puede pagar los gastos y los alquileres?”. En esa avenida no hay alquileres por debajo de 2.000 euros. El bazar de Rajesh cuesta 3.000, y desde el 11 de mayo, cuando abrió, ha metido en la caja cien euros. “Ganar dinero es otra cosa”, afirma.
Su amigo Chandra, que ha ido a visitarle, dice que esto no es como la crisis de 2008 porque ahora “todo el mundo tiene miedo”. Y hace una observación sobre las mascarillas: “En el negocio hacen falta expresiones y sin expresiones la gente no compra”. En el bazar de al lado, Kumar, cuando le preguntan por las ventas, hace una circunferencia juntando el índice y el pulgar. Un cero en toda regla. Solo abre dos horas al día y por no aburrirse.
Hay tan poca gente por la calle que Francisco, que limpia las calles de Costa Teguise, dice que antes había colillas por todas partes y ahora las tiene que buscar. Lo que sí encuentra con más frecuencia son guantes y mascarillas tirados. En el paseo de Las Cucharas está cerrada hasta la parafarmacia. Ben ha abierto las puertas de Lanza Active, un negocio de excursiones, alquiler y arreglo de bicicletas. Dice que abre por no quedarse en casa y porque ya ha solucionado algunas averías. Las únicas puertas abiertas son las de algún pub que aprovecha para hacer reformas. Jackie está limpiando el local de fish and chips que no sabe cuándo va a abrir, si en julio o en agosto. Dice que nadie sabe cuándo va a volver el turismo y que en Reino Unido las cosas no están nada bien.
Aakash, de bazar Sanaya, en la calle Limones.
Otra vez en Puerto del Carmen, Valerio regenta El kiosko, uno de los sitios donde se ve a más clietes. Dice que la primera semana fue muy bien porque “la gente estaba esperando” pero que ahora “la cosa ha bajado bastante” y porque también han abierto más bares. “Viene gente de aquí que antes no venía”, asegura, y se consume más café y cerveza que combinados. “Al menos da para cubrir los gastos”. En el kiosko trabajan ocho personas y la mitad aún está en ERTE. En la Avenida, por otra parte, algunos bares de gran tamaño están colocando tarimas de madera en la zona de aparcamientos.
María Elena, de la Pizzería Capri, dice que en Puerto del Carmen solo han abierto tres restaurantes: el suyo, la cofradía y un restaurante chino. “No va como antes pero da para ir tirando”, asegura. “Paciencia o ruina”. También ha abierto unos metros más allá la hamburguesería Goofy. Su propietaria, Mónica Lavín, está “en la plancha y limpiando”, haciendo un poco de todo, y a las dificultades tiene que añadir que le han cobrado “2.436 euros de luz con el bar cerrado y sin consumo”. “Es una vergüenza”, asegura. Hace cuentas: 4.500 euros de alquiler, “que al menos es flexible”, la luz, la cuota de autónoma, tres empleados y otros tres en ERTE. Y casi conoce a todos los clientes que hay en el local: “los que me han traído el gas, unos vecinos que van a la playa...”. “El domingo se notó más gente pero no merece la pena”.
Beatriz en El Almacén: algo bonito.
También en la Farmacia La Peñita, que no ha cerrado durante el confinamiento se ha notado la ausencia de turistas. “Pues viendo cómo esta la avenida, imagínate”, dice Josaín. En Playa Blanca tampoco cerró en ningún momento Mióptica, la única que hay en el pueblo, en la calle El Correíllo. Y también ha bajado el negocio, dice Daniel, y no sólo por el turismo sino porque muchos clientes, la mayoría, son trabajadores del sector turístico que están sin trabajo. Otro establecimiento que no llegó a cerrar es el supermercado Ruth, también en Playa Blanca. Rosa, una de sus empleadas, dice que antes cerraban más tarde porque iban a comprar casi de madrugada los camareros. Ahora cierran a las 23:30 “y la cosa está más bien floja”.
Enfrente, en Il nuevo gelato, las cosas “no van bien pero tampoco para quejarse”, según Arián, su propietario: “Aguantar es duro solo con la población local y con tantos bares”. Por lo menos le han aplazado el pago del alquiler. En Casa Salvador abrieron el 11 de mayo. La primera semana fue mejor que las siguientes. Lo que más se vende son cosas de “costura y pesca, nada de playa”. Y de pesca, dos cañas en tres semanas, el resto arreglos “sin tino”. Abren solo por la mañana porque, como dicen los dos hermanos, Álvaro y Manuel, “no hay nadie por el pueblo, da pena”.
Beatriz abrió su primer negocio, El Almacén: Algo bonito, en julio del año pasado y ya va a cerrar. Ha puesto su género en liquidación pero dice que va mantener la venta on line y que se lleva consigo la experiencia: “Ya sé quiénes son mis clientas”. No tiene margen para aguantar el precio del alquiler pero dice que empezará de nuevo de cero, también en Playa Blanca: “No me voy triste”.
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