El grupo de Alcohólicos Anónimos de Puerto del Rosario es una red de apoyo para las personas que sufren esta enfermedad
Ángeles anónimos
El grupo de Alcohólicos Anónimos de Puerto del Rosario es una red de apoyo para las personas que sufren esta enfermedad
Paqui odiaba el alcohol. Trabajaba en hostelería y, al cumplir los 50 años, empezó a tener problemas familiares que repercutían en su trabajo. Su tono vital decayó y acudió al médico, que se negaba a darle la baja por depresión, de manera que acumulaba presión y el día a día se le iba haciendo insoportable. “Hasta que, un día, me tomé una copa en la cocina del hotel y me sentó de maravilla. Se me quitaron los nervios”, cuenta, en la reunión de Alcohólicos Anónimos, que se celebra cada viernes en el local de la trasera de la Iglesia del Puerto del Rosario, cedido por Caritas.
A aquella primera copa siguieron muchas más, durante seis años, como terapia alternativa al tratamiento médico que no llegaba, aunque con unos efectos secundarios indeseables. “Caí en un agujero negro, me refugié en el alcohol y solo podía trabajar borracha, me sentía una mierda. Acabaron echándome. Ya en mi casa, esperaba a que mi marido se fuera a trabajar a las seis de la mañana para beber. No vino o cerveza, iba directamente por el whisky. También me estaba medicando, así que un día mi hijo me tuvo que recoger literalmente del suelo y pasé en su casa algunos días”.
Acudió al SIPT (Servicio de Información y Prevención de Toxicomanías) y su hijo supervisaba la medicación. “Pero lo que me hizo abrir los ojos fue una frase que me dijo: ‘Mamá, te metiste en la cosa más fea. A un toxicómano se le ve como a un enfermo, a un borracho dan ganas de escupirle’. Aquellas palabras hicieron ‘clic’ en mi mente y me juré que saldría yo sola. No quiero volver a verme así”.
Desde 2016 acude a las reuniones de A.A., un proyecto que califica de “ángel de la guarda” y donde se ve reconfortada por las vivencias de sus compañeros. Alcohólicos Anónimos es una comunidad de hombres y mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para resolver su problema común y ayudar a otros a recuperarse del alcoholismo.
“El único requisito para ser miembro de A.A. es el deseo de dejar la bebida”, explica Gabriel, uno de los miembros más veteranos del grupo, que explica su filosofía. En A.A. no se paga honorarios ni cuotas: “Nos mantenemos con nuestras propias contribuciones”, dice.
El proyecto se apoya en los llamados Doce Pasos, que incluyen el reconocimiento de la impotencia ante el alcohol, la necesidad de hacer un inventario moral, admitir la naturaleza de los propios defectos, hacer una lista de las personas a las que se ha ofendido en estado de embriaguez y procurar reparar los daños causados, la oración y meditación y, en el último paso, “un despertar espiritual”.
La organización no respalda ni rechaza ninguna causa y no tiene afiliación alguna (sectas, religión, partido político, organización o institución), aunque el concepto de dios sobrevuela las consignas. En la plegaria, al final de las reuniones, se recita en abrazo conjunto: “Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia”.
A.A. tampoco participa en la investigación del alcoholismo ni en tratamientos médicos o psiquiátricos y no tiene opinión acerca de asuntos ajenos a sus actividades”, según reza en los principios de este grupo de ayuda.
Los martes es el día de reunión de Narcóticos Anónimos y los viernes de Alcohólicos Anónimos, en el mismo local que cede la Iglesia, a las 20.30 horas. La puerta siempre está abierta durante los encuentros en los que, quienes lo deseen, pueden contar su experiencia o reflexionar en alto. Simplemente se crea un respetuoso silencio de escucha, ante una mesa bien surtida de dulces o sandwiches, aunque tradicionalmente en A.A. solo se ofrece infusiones o café a los participantes.
“Solo por 24 horas”
Sergio es otro de los miembros más veteranos. Al contrario que Paqui, en su caso el alcoholismo acabó para siempre con su familia. Hace dos décadas que no ve a su hijo, aunque lleva muchos años sobrio, “solo por 24 horas” que es el plan que propone A.A. “Sencillamente, tratamos de pasar los días, uno a uno, sin beber. Si sentimos el deseo de hacerlo, ni cedemos ni nos resistimos. Aplazamos tomar este primer trago por un día, hasta mañana”.
Sergio fue un niño muy sensible y tímido, víctima él mismo de un padre alcohólico que cuando bebía “no te hacía caricias, precisamente”. Ni siquiera se atrevía a sacar a bailar a las chicas, hasta que, a los 16 años, tomó su primera copa y todo cambió. Lo malo es que, tras la primera “siempre va la segunda y la tercera”. Era imposible parar. En casa su esposa estaba “desquiciada”: “Hacía malabares para ver si cambiaba, he suplicado y llorado por dejar el alcohol. Tenía el alma destrozada”.
“Cuando llegué al grupo, estaba embrutecido, temblé con el abrazo de un compañero. Trabajé la humildad y vine a Alcohólicos Anónimos. Ahora sé que merece la pena vivir sin beber”
Entró en el hoyo del que todos los alcohólicos hablan, la depresión que aísla y crea inseguridad y vacío existencial. “A las ocho ya estaba apostado en la barra tomando whisky y me costó el trabajo”, cuenta Sergio. “Cuando llegué al grupo, estaba embrutecido, temblé con el abrazo de un compañero. Trabajé la humildad y vine a Alcohólicos Anónimos. Ahora sé que merece la pena vivir sin beber”, dice.
Mirtha tiene cuatro hijos y seis nietos. Lleva cuatro años separada y cinco meses sobria. Empezó a beber en su país. Cuando llegó a Fuerteventura, se instaló en Caleta de Fuste y tampoco veía el fin de las noches de copas: “Bebía desde las siete de la mañana, cerveza, chupitos de Sambuca, de whisky. Un día no sé ni cómo llegué a casa. Me desmayé, pero creo que no era mi momento y aquí estoy. Hace cinco meses que tomé mi última cerveza”.
Su vida no ha sido fácil. Aunque ha pasado por épocas de sobriedad, ha lidiado con el suicidio de una pareja que conoció en A.A. Además, el alcohol le ha producido serios problemas de salud, tiene el sistema nervioso alterado y debe recurrir a la medicación. En la reunión a la que acudió Diario de Fuerteventura, Mirtha dio explicaciones a sus compañeros, que la vieron “rara”: “Es que he tomado calmantes que me han recetado”, indicó.
El grupo es una familia. Todos se preocupan por los demás. Coinciden en que “esto funciona”. A.A. es como una red protectora que no obliga, que no juzga, aunque en el caso de Mirtha, fue su familia lo que le dio fuerzas para salir del alcohol. “Mi hijo me pidió que lo dejara. Por él lo estoy haciendo. No quiero arruinarle más navidades”, cuenta. Eso sí, sostiene la necesidad de acudir a todas las reuniones.
Jose ha tenido también problemas con las drogas. Antes de dirigirse al auditorio saluda con la conocida fórmula: “Soy Jose, soy alcohólico y toxicómano” y el resto del grupo contesta al saludo. Este joven, que acude a las reuniones del martes y del viernes, asegura que han sido los grupos de Anónimos quienes le han ayudado: “He estado varias veces ingresado en centros de rehabilitación. Allí es fácil llevar el control, con las terapias y la supervisión, es como estar en una burbuja pero, cuando salía, duraba un mes y recaía”, explica. “He estado muerto en vida”.
Como sus compañeros, subraya la importancia de acudir a todas las reuniones. “Para mí es como recargar la batería semanalmente. Vienes, escuchas a los demás, descargas. Tengo problemas, pero ves que se van solucionando porque desarrollas la capacidad de ver varias salidas del túnel. Como esto no hay nada”, insiste.
El alcohol incide en todos los aspectos de la vida. Uno de los miembros del grupo recibió una seria advertencia en su trabajo, en el que tenía una antigüedad de 29 años. “Ni me lo creía”, dice este hombre de 40 años, que pertenece a una conocida familia de la Isla a la que agradece el apoyo recibido. No era consumidor habitual, pero cuando salía, bebía durante tres días seguidos. Me ponía peleón”, dice. “Una vez, me llevó un policía a casa. Mi mujer abrió la puerta. ‘Le traigo a su marido’, le dijo el agente. Yo cogí y le pegué un puñete. Pues me lo llevo otra vez’”, cuenta.
Javier dice que A.A. tiene un “aura, un hilo invisible” que une a sus miembros. “El alcoholismo es una enfermedad de por vida, por eso hay que seguir viniendo, aunque ya no estés consumiendo”, dice. También existe la figura del padrino. “Es alguien a quien recurrir cuando sientes el impulso de beber. Simplemente el hecho de coger el teléfono para llamarlo ya te quita las ganas”.
Javier se ha dicho mil veces después de una borrachera “más nunca”, pero ese nunca duraba “hasta el día siguiente, o hasta que hubiera una fiesta familiar en el horizonte. Estás deseando que llegue la fecha para beber”.
Gabriel y Deogracias son dos de los miembros más antiguos del grupo. Gabriel, de ascendencia gallega, se bebió una botella entera de vino, estando embarcado a los 16 años. La resaca fue tan grande que repudió el alcohol durante años, hasta que a los 28 empezó a beber con los compañeros del trabajo, desde cubatas a licores.
Cuando llegó a Fuerteventura, acudió a los servicios públicos de prevención. “Me preguntaron cuánto bebía, les dije que unas diez cervezas diarias. Me hicieron análisis y, como no tenía ni ácido úrico, ni siquiera la tensión alta, me dieron el alta. Busqué ayuda y llegué aquí, fui a una reunión, no me marché convencido con el método ‘solo por hoy’ o ‘no cojas el vaso’. Esto fue un viernes y el sábado, me llamó Blas para interesarse por mí. Le contesté mal, desganado, pero, cuando colgué, pensé ¿por qué se preocupa si no me conoce?”.
Este gesto hizo que volviera. “Me senté tranquilo, esperando mi turno. Cuando llegó, el compañero me presentó, diciendo que yo era, ese día, la persona más importante del grupo. Aquí hay algo, no sé lo que es. En cinco años y medio solo he fallado un día a las reuniones. Voy incluso cuando estoy fuera de la Isla. He visto pasar a más de doscientas personas, de cien se queda una. Hay quien ha acabado en el hospital, en la cárcel e incluso muerto”, cuenta.
“Nunca sabes si vas a recaer, pero solo tienes que lograr mantenerte sobrio 24 horas y no alargar la mano hacia el vaso”. Gabriel es una persona creyente, aunque reitera que A.A. no es un grupo religioso “sí espiritual”. Sin embargo, se aferra a sus convicciones. “Una chica agnóstica me pidió que fuera su padrino, pero yo, precisamente, no puedo serlo, ya que mi guía es siempre Dios”, asegura.
Las historias de quienes sufren el alcoholismo son tan variadas como sus propias vidas, aunque con el mismo oscuro horizonte que da la adicción. Deogracias cree que la mejor herramienta para alguien que quiere dejar el alcohol es “la sinceridad con uno mismo” porque, asegura, “somos expertos en arreglar los problemas de los demás”.
Recurre a la filosofía budista de la presencia en el momento actual. “El ayer pasó, el futuro aún no existe, solo nos queda hoy”, filosofía que entronca con el plan “sobrio solo por hoy”, aunque reconoce que el tiempo es relativo y la sobriedad dura “lo que tardas en extender el brazo y coger la copa”.
Como el resto de sus compañeros, se reconoce alcohólico, pero también sabe que no está solo y que la puerta del pequeño local de la trasera de la iglesia estará abierto a quien quiera entrar en este grupo, los martes y viernes, a las 20.30 horas.
Teléfono de Alcohólicos Anónimos en Fuerteventura: 653 92 90 14.
Añadir nuevo comentario