Arístides Hernández y la medicina heroica
La evolución de Fuerteventura y su desarrollo sanitario han estado ligados al médico Arístides Hernández (Santa Cruz de Tenerife, 1926), que durante varias décadas recorrió la Isla atendiendo a todos los enfermos necesitados, en una época en la que tan sólo había tres doctores en la Maxorata. Humilde y modesto, dos virtudes que ha transmitido también a sus alumnos, pero satisfecho por la contribución que ha realizado a la mejora sanitaria majorera y por la gratitud que siempre demostraron los pacientes a los que atendió. Aún sigue en activo en su consulta, ubicada en una antigua Casa de Higiene de Puerto del Rosario, y trabajando por conseguir un hospital geriátrico para la Isla.
Animado por sus compañeros ha escrito Libro de recuerdos de un médico rural, pero asegura que no cree que su vida “sea importante o más interesante que la de otras personas”. “Sólo pienso que puedo revestir cierto interés en relación con la época en la evolución de Fuerteventura que me tocó vivir, pasando de una sociedad campesina y rural a una sociedad de servicios tras la introducción del turismo en los años setenta, que provocó cambios sustanciales en las costumbres, y que la nueva generación debe conocer”, señala.
Vivió de cerca las penurias de la época, algo que recuerda con tristeza, pero le llena de alegría la tremenda solidaridad de la gente y la gratitud de los vecinos a los que atendía. Recuerda cuando llegó desde Tenerife a Puerto Cabras, actual Puerto del Rosario, en el año 1953, “bajo un diluvio”, a pesar de que le habían dicho que allí nunca llovía, para presentarse en la residencia de oficiales. Sólo había dos médicos y, aparte de ser militar en prácticas en Infantería, pudo ejercer su profesión, que ha sido siempre su vocación, y no tuvo dificultad para adaptarse. Como oficial médico del batallón accede a la petición de quedarse un año más, aunque tenía que regresar a Tenerife para tomar posesión de su plaza de médico dermatólogo, a la que inmediatamente renuncia para instalarse definitivamente en Fuerteventura donde atendió tanto a militares como al resto de los ciudadanos que lo requerían. Pesó en su decisión haber conocido a la que ha sido su esposa, África, que conoció en un paseo vespertino a los pocos meses de su llegada, con la que se casó en octubre de 1956 y quien le inculcó el amor por la Isla y la preocupación por los pacientes.
Comienza entonces la segunda etapa como médico. Tenía que atender todas las urgencias y practicaba lo que algunos califican como “medicina heroica”. En épocas de especial incidencia con brotes de enfermedades no dormía más de dos horas. Antes de existir la clínica Virgen de la Peña, la Isla contaba con los centros de higiene, uno de ellos donde tiene su consulta. El Cabildo disponía además en el año 1962 de una casa de beneficencia contigua al edificio. Los pacientes que había que operar eran traslados a otras islas siempre que se dispusiera de barco, e incluso llegaron a usar los veleros que transportaban la cal.
“Nuestros equipos estaban conformados por un modesto maletín y un pequeño laboratorio”, que regaló a la Biblioteca Insular. Fue el primero en disponer de un aparato de rayos X y realizar una radiografía en 1958. Realizaba una práctica médica que englobaba una gran diversidad de atenciones, desde las urgencias, pasando por partos hasta la cirugía e inspecciones sanitarias, tanto de día como de noche. Relata que era muy difícil llevar a cabo todas estas asistencias para las que le llamaban “desde cualquier punto de la Isla y a cualquier hora”. En aquella época sin carreteras se guiaba por las estrellas y a veces en su camino de regreso no sabía si iba o venía. Si comprobaba que no podía seguir, permanecía en el coche hasta que se hacía de día y al fin volvía a orientarse. La incomunicación se solventaba con una emisora de radioaficionado, pero a veces también se perdía la cobertura.
“Todo médico se debe a su profesión”. Siempre transmitía a sus alumnos que “debían tener amor a la profesión, el deseo de servir a los semejantes y humildad”
“Se pasaba muy mal, sobre todo en atender los partos a domicilio”, de los que ha atendido unos 3.700, destaca. Uno de ellos fue el de la mujer de Antoñito el farero, que “con una fogonera y una sábana avisó a los de Corralejo de que su mujer estaba de parto”, pero el viaje del médico se hizo muy largo porque la mar estaba revuelta. Tan dura fue la navegación hasta la Isla de Lobos que, cuando llegaron, la mujer ya había dado a luz. Otro caso fue el de una cesárea de una embarazada que había que desplazar hasta Lanzarote bajo otro temporal: “atravesar la bocaina en un barquito era muy difícil”, pero una vez que llegaron a Lanzarote donde ya tenían preparada la ambulancia él mismo practicó la cesárea.
Arístides asegura que nunca se ha arrepentido de elegir la práctica de la medicina. “Todo médico se debe a su profesión”. También ha dado clases y siempre transmitía a sus alumnos que “debían tener amor a la profesión, el deseo de servir a los semejantes y humildad”. Evoca al catedrático Gregorio Marañón para enfatizar que “el mejor tratamiento a veces es la silla. El trato humano es imprescindible, algo que hoy día se hace muy difícil con tanta población”.
Mapa sanitario
Su contribución a la medicina preventiva y los estudios sanitarios de la época con el desarrollo de un mapa sanitario en el año 54, que incluía los focos de enfermedades infecciosas de la Isla, fue fundamental en el tratamiento de los casos de tuberculosis, fiebres tíficas y enfermedades propias de la infancia que ponían en riesgo a los niños. Se estableció entonces un tratamiento y se pudo paliar el brote. La tuberculosis la sufrió un porcentaje importante de las familias -“era rara la casa en la que no había”- proveniente de los excombatientes de la Guerra Civil que contagiaron al resto de miembros. Tardó 14 años en erradicarla, y algo similar ocurrió con las fiebres tíficas. Descubrió que eran las aguas de los aljibes las que estaban contaminadas y extendían la enfermedad. Intoxicaciones masivas se producían también por el consumo de queso, al elaborarse con agua de esos aljibes que no bastaba limpiar con cal, sino que había que depurar. Solo podía lograr un diagnóstico haciendo una punción, al no disponer de otros medios. Unos aparatos que aún conserva.
Arístides Hernández contribuyó también a la creación de la Cruz Roja de Fuerteventura, de cuya primera junta directiva ya quedan muy pocos, entre los que se encuentran él mismo y su esposa África, y que permitió disponer de la primera ambulancia de la Isla. Ha sido además presidente de la Denominación de Origen del Queso de Fuerteventura y formó una comisión que permitió recuperar el retablo de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, obra de Teófilo Martínez Escobar de 1906, y destruido en los años sesenta.
Otro de sus logros ha sido la Residencia de Mayores de Casillas del Ángel, cuya creación estuvo motivada por la imposibilidad de atender a las personas de la tercera edad que se veían obligadas a residir en centros de otras Islas. Hubo casos como el de una señora que tuvo que ser trasladada a Las Palmas, pero a pesar de ser muy bien atendida, el hecho de no conocer a nadie hacía que se encontrara muy sola y terminó por devolverla a su casa. “Allí iban a morir, pero de tristeza, de soledad”. Veintiún años ha tardado en conseguir esa residencia pero aún queda trabajo por hacer para mejorar las condiciones de vida de este colectivo, por lo que sigue en la lucha para lograr otra residencia y un hospital geriátrico.
Comentarios
1 Juan Morales pe... Dom, 14/01/2018 - 13:00
2 Gregorio Lun, 15/01/2018 - 11:07
3 Orlando valdivi... Lun, 15/01/2018 - 20:46
4 Juan José Felipe Mar, 16/01/2018 - 14:15
5 Juan José Felipe Mar, 16/01/2018 - 14:15
6 Emilio Frenillo Sáb, 20/01/2018 - 17:42
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