MIGRACIONES

De Islas Comoras a Fuerteventura: 7.712 kilómetros en busca del sueño europeo

La increíble ruta de Mohamed se inició en Comoras y continuó por Kenia, Mauritania, Senegal, Costa de Marfil y Marruecos hasta llegar a la Isla

Los cuatro migrantes de Islas Comoras. Mohamed es el segundo por la izquierda. Foto: Carlos de Saá.
Eloy Vera 0 COMENTARIOS 11/03/2020 - 07:31

Mohamed cogió un día la mochila y salió en busca de un trabajo con el que poder dar un futuro a su familia. La solución estaba en Europa y, para lograrlo, debía recorrer los más de 7.000 kilómetros que separan a países como España y Francia de las Islas Comoras, un archipiélago situado en el océano Índico, entre las costas de Madagascar y Mozambique. “La vida allá te hace pensar que la única forma de sobrevivir es irte”, asegura este comorano.

Senegal, Guinea Conakry, Gambia, Malí y Costa de Marfil son los destinos de donde proceden la mayoría de los migrantes que han llegado en los últimos meses a Fuerteventura en patera. Al relato migratorio se ha incorporado un pequeño grupo de hombres de Comoras, un archipiélago con cuatro islas: Gran Comora, Mohéli, Anjouan y Mayotte.

Su historia reciente está salpicada de convulsión y agitación política en busca de la independencia del imperio francés. En 1974, un referéndum dividió en dos el archipiélago. Tras los resultados, Gran Comora, Mohéli y Anjouan dijeron adiós a Francia, mientras que los votos en Mayotte se inclinaron a seguir siendo parte del país galo. Desde la independencia, Comoras ha soportado más de 20 golpes de estado, cuatro con éxito.

Comoras también tiene episodios de migración y naufragios en sus aguas. Miles de personas han perdido la vida intentando llegar desde algunas de las tres islas a Mayotte, que desde 2014 forma parte de la Unión Europea como territorio de Ultramar.

Con el objetivo de frenar la avalancha migratoria, el primer ministro francés Édouard Balladur introdujo en 1995 el requisito de visado para los comoranos que quisieran visitar Mayotte. Conseguirlo era y sigue siendo casi imposible. La medida abrió la puerta a la migración irregular en kwassa-kwassa, en precarias embarcaciones que han dejado miles de muertos en el mar.

Otros han optado por Europa. Atraviesan África en busca del viejo continente. Canarias se ha convertido en una de sus puertas, después de que en 2019 se reabriera la ruta migratoria desde el continente africano por el Archipiélago, pero las Islas son sólo una parada más.

Cuentan que uno de los comoranos que arribó en patera a finales de 2019 a Fuerteventura, al ver dónde estaba en un mapa de la comisaría en la Policía Nacional, se echó a llorar. No sabía dónde estaba. Había caminado mucho y arriesgado su vida en la patera, pero no había logrado llegar a Francia. Aún quedaba viaje por delante.

Djuma, Said y dos hombres más, bautizados como Mohamed, son parte del grupo de comoranos que viven en Misión Cristiana Moderna, la iglesia evangélica que, junto a Cruz Roja, acoge a los migrantes llegados en patera a Fuerteventura en los últimos tiempos.

Uno de los Mohamed, el pizzero, se atreve a contar su historia, su viaje migratorio y sus sueños en Europa. Tiene 38 años, es de Gran Comora y no tiene ni mujer ni hijos, pero sí una estructura familiar muy grande a la que alimentar. “Aquí la familia es marido, mujer e hijos, allá en Comoras es algo mucho más grande: hermanos, sobrinos. No hay una regla escrita, pero cuando uno tiene dinero ayuda a los sobrinos para la escuela y la comida”, cuenta.

Trabajaba de pastelero en Gran Comora. El salario que llevaba a casa era de 80 euros. Luego, consiguió que unos italianos le dieran trabajo como pizzero. Enseña orgulloso una foto que guarda en el móvil donde aparece con delantal y manos en la masa. Su salario en la pizzería llegaba a 150 euros, pero era insuficiente. En casa había una madre de 70 años y muchas bocas que alimentar, alrededor de quince.

Durante mucho tiempo pensó en la idea de probar suerte en Europa mientras ahorraba lo que podía para, cuando apareciera la posibilidad, poder coger el avión. La ocasión llegó el 20 de octubre de 2018. Ese día viajó hasta Kenia. En su capital. Nairobi, había una pequeña comunidad de comoranos y, con ellos cerca, Mohamed creyó que todo sería más fácil. Durante dos meses se alojó en un hotel “muy barato” sin hacer nada más que los trámites para poder continuar su viaje a Europa.

Tras el visado

Mohamed estaba obsesionado con llegar a Europa de forma legal, con visados que le fueran abriendo las fronteras por los países de tránsito, pero no era fácil. En Kenia, pidió un visado para ir a Marruecos, pero no lo obtuvo. Entonces, pensó en la idea de viajar a Mauritania en busca del documento que le abriera las puertas a Marruecos.

Llegó a la capital mauritana, Nuakchot, y lo que se encontró fue una “vida difícil” en un país con una cultura y un idioma distintos donde los negros no suelen caer bien. También halló gente buena. Allí, dio con un amigo suyo que lo acogió. Estuvo un mes intentando lograr el visado, pero tampoco hubo suerte.

La opción era buscar otro país que le permitiera tramitar el visado. Pensó en Senegal y hasta su capital, Dakar, se fue en avión. Al llegar, se enteró de que allí no se daban visados a los comoranos que querían viajar a Marruecos. Salió de Comoras con 220 euros, pero ya no le quedaba nada de aquellos ahorros. Sus familiares le enviaban, de vez en cuando, algo de ayuda para que pudiera conseguir llegar a Europa. En él estaban puestas todas las esperanzas de la familia.

En Senegal estuvo cuatro meses. No consiguió empleo porque, asegura, “en África, trabajo no hay”. Los ahorros de Mohamed menguaban, también lo hacían sus ánimos. Estaba obsesionado con viajar de forma legal, pero en África no se lo ponían fácil.

Vio que no podía volver a Comoras después de tanto camino hecho, pero tampoco encontraba otra solución. Un día, apareció la opción de Costa de Marfil. La posibilidad le alejaba geográficamente de Europa y Marruecos. Ahora tenía que hacer el camino hacia abajo, recorrer los más de 1.200 kilómetros que hay entre Senegal y Costa de Marfil, pero no lo dudó. Se fue hasta Abiyán, su capital económica. Después de tres meses en Costa de Marfil y un año viajando por África, obtuvo el visado para entrar en Marruecos.

El 20 de septiembre de 2019 llegó a la ciudad marroquí de Fez. A principios de febrero, cogió una patera rumbo a España. No había otra posibilidad, conseguir un visado en África occidental para viajar a Europa es casi como sacarse la lotería.

Ayuda a Dios

En su patera viajaban 68 personas. Durante la travesía, tuvo miedo y gente a su lado que vomitaba. Él no paraba de pedir ayuda a Dios. “La gente no tendría que pasar tantos peligros para viajar, fue un viaje que no deseo a nadie”, insiste. Al pisar tierra, deseó que la suerte empezara a sonreírle, pero sabía que “el combate no había acabado”.

Ahora espera poder viajar a la península. La mayoría de los comoranos que llegan a Canarias quieren seguir su viaje hacia Francia, pero Mohamed prefiere quedarse en España. Tal vez en la península pueda encontrar trabajo como pizzero o pastelero. Al menos eso le gusta pensar. A España le pide “esperanza, una vida mejor y un trabajo”.

Tiene claro que si tuviera que volver a hacer el viaje lo haría, pero no el trayecto en patera. A los que critican la migración, sólo les pide que entiendan que el viaje no se hace por gusto, “sino porque la vida no te deja otra. Si hubiera tenido una mejor vida, nunca hubiera corrido el riesgo de un viaje en el que llegas o mueres”, señala.

Las Islas Comoras no llegan al millón de habitantes. Cerca de 400.000 comoranos están viviendo en el extranjero. La migración del mundo pobre al rico parece la única solución a la explotación insostenible de los recursos, los efectos del cambio climático y la desigualdad económica.

Para Djuma, de 38 años, el viaje en patera del mundo pobre al rico fue también la única opción. Salió de Gran Comora el 7 de junio de 2019. Dejó atrás una mujer y tres hijos, el mayor de cinco años, pero su sueldo de 100 euros mensuales como vigilante en una escuela no daba para llegar a fin de mes. A sus hijos les dijo: “Voy y regreso”, pero no les dijo cuánto tiempo iba a estar fuera, comenta. “Hace mucho tiempo que lo pensaba. Es un proyecto de años y sólo estaba esperando el momento para tener dinero”, cuenta, algo tímido. Durante años ahorró para poder viajar. Cuando logró 2.000 euros preparó la mochila de viaje. Sólo quería llegar a un país donde tener trabajo y poder mandar dinero. Le daba igual que fuera Francia o España.

Su periplo africano hasta llegar a Europa fue más corto que el de Mohamed. Desde Comoras viajó en avión a Senegal. Allí se reencontró con unos amigos que le ayudaron durante tres meses. De Dakar fue hasta Marruecos. El trayecto lo hizo junto a unos amigos, unas veces en guagua y otras a pie. Así consiguió llegar hasta Casablanca. Después de tres meses en Marruecos, logró subirse a una patera. Viajó en la misma que Mohamed. No sabe si se arrepiente de haber venido, pero sí que tiene que resistir. “Fue la elección que tomé y ahora tengo que ir hasta el final”. Cuando sueña con su futuro en Europa, le gusta verse detrás del mostrador, con un comercio propio y con dinero para poder volver a ver a su familia.

Siempre está pensando en su familia. Cuando habla con su mujer y sus hijos por teléfono, ellos lloran, pero él les dice que todo está bien. También piensa, durante las horas muertas que pasa en el albergue de Misión Cristiana, lo largo que es el camino. “Un año viajando y ahora es cuando he llegado a España”.  Él, como el resto de migrantes que arriban a las costas de Fuerteventura, sólo espera que esto sea el principio de algo mejor.

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