Eufemio es el único sepulturero que hay en Teguise, municipio con cinco cementerios desde el año 2000. “Aquí todos son iguales, aunque haya gente que piense que no”, asegura
Femo García, el del último adiós
Eufemio es el único sepulturero que hay en Teguise, municipio con cinco cementerios desde el año 2000. “Aquí todos son iguales, aunque haya gente que piense que no”, asegura
Eufemio García García (Teguise, 1955), más conocido como Femo, es el sepulturero de Teguise. Trabaja en ese puesto desde 1992, y en solitario, para atender los cinco cementerios del municipio, desde el año 2000. Hace todos los entierros, sea lunes o domingo, carnaval o pascua y esté de vacaciones o de día libre. “Aquí el que doy el último adiós soy yo”, dice.
Asegura que en el cementerio se está bien. Es un lugar tranquilo. El tiempo que no está en el trabajo lo pasa en el campo, en su finca, con los animales, sus cabras, sus gallinas... “A los animales hay que tratarlos bien, a algunos solo les falta hablar y hay personas más brutas que muchos animales”, asegura.
Femo es el propietario del burro ganador de la última edición de la carrera de El Islote. Lo trajo de Sevilla y lo ha entrenado dándole mucho cariño. Además de ese burro, tiene otras dos burras, que se llaman Aroa y Andrea, como dos de sus nietas. Tiene otra nieta más (y cuatro hijas) pero dice que le falta una burra para poder ponerle el nombre.
El miedo es un asunto recurrente cuando se habla con un sepulturero. Dice que no lo tiene. Respeto sí, como si fuera su casa. “El miedo lo crea uno”. En alguna ocasión ha llegado a dormir dentro del cementerio, en la habitación que hay a la entrada, con un saco de cemento como almohada. En otra ocasión, hace años, le pilló un chaparrón y se refugió en un nicho. Fuera, en la puerta, le estaba esperando su padre, en el coche, con cara de susto. “Le pregunté si tenía miedo y me dijo que no le gustaba estar ahí”.
Una de las tareas más comunes es la de sacar los restos de los nichos cuando hay que enterrar a otro familiar más. “Hay que limpiar, meterse bien, agacharse, dejarlo todo bien limpio...”, dice. Hay familiares que preguntan si están los restos o que se asoman para mirar, “para comprobar si de verdad están”. Femo se ha encontrado de todo: medallas, camisetas de equipos de fútbol... Los restos se meten en una bolsa, y si no caben, pues en una caja. “Yo soy igual de curioso si hay gente mirando que si estoy solo, lo dejo todo bien”.
Ha sacado restos incluso a las dos de la madrugada, para que estuviera listo para el día siguiente si se le había acumulado el trabajo. Y sin problema. Con el único sellado que no pudo fue precisamente con el de su propio padre: “Pensé que podía, dije que tenía valor pero a la hora de la verdad me vine para atrás cuando lo iba a meter, no pude y lo hice al día siguiente”.
Dice que también ha derramado muchas lágrimas, que muchas veces se ha metido en la habitación a llorar porque los entierros de gente joven son muy duros. “Aunque no los conozca de nada, es porque yo también tengo hijos y es muy duro si te pones en su lugar”. Y añade: “No es lo mismo sacar restos que enterrar a un joven, a alguien que nadie espera que se muera”. Y hay una cosa que no le gusta mucho: las fotos en las lápidas. “Lo respeto pero no sé por qué, no me gusta”.
Ha soñado muchas veces con el cementerio “y con la gente de aquí y con amigos”. “Es fuerte el tema”. Se acuerda, “como si fuera ahora”, de cuando tuvo que enterrar a siete de las personas que llegaron en patera y murieron en la tragedia de Los Cocoteros. Los enterró con un número porque no estaban identificados y meses después los desenterró para que los llevaran a su país, cuando fueron identificados.
Teguise tiene cinco cementerios: dos en la Villa, el nuevo y el viejo, el de Tao, Guatiza y el de La Graciosa. A este último no suele ir porque le pusieron una sanción de un mes “por hacer mal los deberes”. “No me gusta adular a nadie”, añade: “A quien tiene menos que yo, sí le echo una mano, pero si tiene más, no”. En el cementerio lo tiene claro. “Aquí todos son iguales aunque haya gente que piense que no”.
El cementerio de la Villa lo conoce desde su apertura, en 1979. Acudió al entierro de la primera mujer que fue enterrada ahí, cuando aún trabajaba en el campo y en la construcción y no esperaba ser sepulturero. Se va a jubilar en noviembre del año que viene y ya tiene claro lo que va a hacer: pasar el tiempo en el campo con los animales. Es el mismo lugar, su finca, en el que espera descansar, convertido en cenizas, “cuando caduque”. Parece lógico: ¡quién querría pasar la eternidad en su puesto de trabajo!
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