Subraya que las calles y esculturas que exaltan el franquismo deben desaparecer: “Hay que quitarlas todas, que no aparezca nada porque fue un asesino para España”
García Peruyera, superviviente de los campos nazis: “Vivíamos siempre con la amenaza de salir por la chimenea”
Subraya que las calles y esculturas que exaltan el franquismo deben desaparecer: “Hay que quitarlas todas, que no aparezca nada porque fue un asesino para España”
José Manuel García Peruyera dice que está a punto de cumplir 92 años, pero para eso habrá que esperar a mayo de 2020. La memoria aún le acompaña y tira de ella para recordar una infancia de miseria y bombas y el horror en los campos de concentración. Es uno de los últimos supervivientes de los campos de exterminio nazis. De origen asturiano, vive desde hace años en Gran Canaria. Este nonagenario sigue contando su historia en cafeterías y en auditorios llenos de público. Su intención no es otra que trasladar el sufrimiento que vivieron los niños de la guerra.
Un jarabe salvó la vida de García Peruyera. Su madre, de ideales republicanos, lo mandó a comprar a una farmacia en plena Guerra Civil. La amenaza de una bomba hizo que ella y el resto de la familia entraran en un refugio. Minutos después, entró un proyectil y acabó con la vida de toda la familia.
Dice que a su madre la mataron los aviones y proyectiles alemanes. Fue la primera vez que Alemania se cruzó en la vida de García Peruyera. Ese día, se quedó solo en el mundo. Tenía ocho años de edad. En Periplo, el festival internacional de literatura de viajes y aventuras que organiza Puerto de la Cruz, García Peruyera volvió a recordar la crueldad de la guerra y los campos de concentración. Aún tiene pesadillas de noche recordándolo y, cuando oye el traqueteo de una compresora, se tapa los oídos. El ruido le recuerda las metralletas con las que vio matar a gente.
Tras la muerte de su familia, se unió a otros niños huérfanos de la guerra. “Me quedé solo ante el mundo y, junto a un par de chicos, me fui a casa de una marquesa que se había ido a Argentina huyendo de la guerra. Mi madre había trabajado para ella y yo sabía dónde guardaba las llaves del chalet. En la casa había leche condensada, chocolate…, lo mejor para quitarnos el hambre”, recuerda.
Un día, la despensa se vació y García Peruyera decidió dejar Oviedo y salir caminando rumbo a Gijón. Por el camino, se alimentaba de pan de maíz, la boroña asturiana, hasta que un camión paró y lo llevó. Cuenta que se presentó en casa de unos amigos gijonenses de su madre y les dijo que ésta había muerto. Y se quedó a vivir con ellos.
El 10 de junio de 1937, los camiones de los anarquistas, socialistas y republicanos aparecieron en la playa de Gijón en busca de otros huérfanos. La intención era evacuarlos al extranjero. García Peruyera recuerda cómo los subieron a los camiones y los llevaron al muelle para embarcarlos rumbo a puertos extranjeros. “Me quedé dormido en el puerto y, en vez de llevarme a Rusia, lo hicieron al día siguiente a Francia, pero nos sacaron de Guatemala para meternos en Guatepeor”, se lamenta. El barco los llevaría a los campos de concentración de Francia.
García Peruyera fue uno de los 550.000 refugiados españoles que traspasaron la frontera huyendo de la guerra para terminar en el campo de Argelès-sur-Mer, un centro de internamiento construido por el Gobierno de Francia en una playa de la citada localidad de la costa mediterránea.
“Los primeros, dormíamos a la intemperie. Más tarde, los mayores hicieron barracones, entonces dormíamos bajo techo, pero pasamos mucha hambre y miedo. Yo tenía terror a morir porque ya nos habían amenazado con llevarnos a crematorios nazis”, recuerda.
No se cansa de denunciar que “esa fue la mala vida que llevamos los niños de la guerra” y añade: “Los de Franco, al fin y al cabo, desayunaban, comían y cenaban y dormían en camas, pero nosotros lo hacíamos bajo la manta de las estrellas en el campo de Argelès-sur-Mer”.
De Francia a Alemania
Durante su estancia en Francia, estalló la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces cuando se llevaron a niños de entre 12 y 18 años a los campos de concentración alemanes. García Peruyera estuvo dos años en el campo de Buchenwald, uno de los mayores campos de concentración de territorio alemán.
En la época nazi, albergó hasta 250.000 personas, de diferentes puntos de Europa. La cifra de muertos se estima en 56.000, desde su apertura en 1937 hasta su liberación en 1945. Unos 11.000 eran judíos.
Más tarde, lo trasladaron al campo de Mauthausen, en Austria. “Nos llevaron para ser esclavos”, cuenta este hombre a ElDiariodeCanarias.com. “Y siempre con la amenaza de que, si no obedecíamos, saldríamos por la chimenea”. José Manuel relata que vio “morir a muchos niños. Eran unos bestias, no pueden imaginar lo que han visto mis ojos en los campos de concentración. Mis ojos vieron horribles crímenes”.
Cuenta también que, cuando llegaba la Gestapo, las mujeres les decían a los niños que se bajaran los pantalones para que vieran que ellos no estaban circuncidados. Mientras tanto, los niños judíos, que estaban escondidos tras ellos, lograban salvarse. “El infierno está en la tierra, no allá, como dicen los curas”, manifiesta este hombre al que, con 12 años, le tatuaron el número con el que identificaban a los presos de los campos de concentración. En ellos, llegó a conocer a Heimmrich Himmler, el segundo del régimen nazi, jefe de las SS y organizador del Holocausto.
Con 17 años, los aliados lo sacaron moribundo de los campos de concentración. Eran los últimos tiempos de la Guerra Mundial. Lo trasladaron enfermo hasta París y, al poco, lo devolvieron a España. Al llegar a Gijón, los médicos le dijeron que fuera a León “que es donde se curaban los niños tuberculosos”. Allí estuvo tres años.
“Luego fui a la mili, pero al pasar por los tribunales médicos vieron que fui esclavo de los nazis y el comandante juez me mandó para casa porque ya había hecho bastante mili”. Más tarde, intentó rehacer su vida en el exilio francés. Su primer trabajo fue como limpiador en la Torre Eiffel. Allí, aprendió a cocinar.
Sostiene que en su exilio francés conoció al Che Guevara, al que llegó a alojar en su casa, y a otros personajes importantes del siglo XX. Más tarde, viajó por varios países trabajando como cocinero en barcos y, luego, fue administrador de buques. Se casó en Costa Rica y, desde hace cuatro décadas, reside en Gran Canaria. Acude a dar charlas donde lo llaman.
Testigo del horror de los campos de concentración, asegura que “ya no vive nadie, pero yo puedo dar testimonio de muchas cosas ciertas, de cómo lo viví o malviví”. Insiste en que da charlas en institutos y auditorios porque quiere que se sepa “lo que pasaros los niños de la guerra, los del bando republicano, no los de Franco. Quiero dejar patente que hemos sido los que más hemos sufrido del mundo”, dice.
Los restos de Franco ya no están en el Valle de los Caídos. García Peruyena asegura que no vería con malos ojos que el siguiente emplazamiento de los huesos del dictador “hubiera sido el mar”. También subraya que las calles y esculturas que exaltan el franquismo deben desaparecer: “Hay que quitarlas todas, que no aparezca nada porque fue un asesino para España”.
Comentarios
1 Jesús antonio t... Mar, 31/03/2020 - 03:28
2 Leandro tibola Jue, 21/05/2020 - 06:44
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