“Nos vamos a encontrar con un escenario similar a la crisis económica padecida en 2008, donde los hombres no dejaron de demandar prostitución, pero sí precarizaron la vida de las mujeres”, destaca la investigadora Esther Torrado
Masha, mujer en situación de prostitución: “Tengo miedo al contagio, pero ya no puedo seguir retrasando el pago de mis deudas”
“Nos vamos a encontrar con un escenario similar a la crisis económica padecida en 2008, donde los hombres no dejaron de demandar prostitución, pero sí precarizaron la vida de las mujeres”, destaca la investigadora Esther Torrado
Dejó Moscú en 1998, con la promesa de un trabajo en una pista de baile en Valencia que iba a permitirle ganar dinero para mantener a su hija; al llegar a España no había tal pista de baile, ni tal dinero. Masha P. (nombre ficticio) cayó en manos de una red de trata con fines de explotación sexual: tenía 24 años. Durante nueve años pudo ocultarse lejos de Valencia y abandonar la prostitución, pero la crisis de 2008 la devolvió a los anuncios por palabras. Hoy continúa en la prostitución, pero por su cuenta y en Fuerteventura.
En su casa, todo es oscuro menos su carácter. Cierra las cortinas por miedo al calor de julio y de todos los rincones llega olor a fregasuelos y lejía. “Limpio todo con lejía, tengo gel para las manos, lavo varias veces las sábanas, las fundas, todo, todo con lejía, pero en realidad: ¿de qué me sirve?”. Le sirve, dice, solo para su tranquilidad mental.
Masha dejó de prostituirse con el estado de alarma, aunque, como muchas otras mujeres, esta es su única fuente de ingresos: “No tengo otra opción. A partir de la fase tres tuve que volver a trabajar, aunque siempre con los clientes que ya conozco: dos o tres fijos; pero no era suficiente”. Para sobrevivir al confinamiento pidió un microcrédito y ahora no quiere recordarlo: “Tengo miedo, mucho, pero esta es mi única vía”.
En la mesa sirve café en dos vasos de cristal y se disculpa por la falta de un juego de tazas y por no tener azúcar: “Vivo con lo justo, solo tengo edulcorante”. Esta semana ha empezado a trabajar “día y noche, sin horarios” para poder hacer frente a los pagos pendientes.
Para afrontar el pago de las facturas tuvo que gastar 400 euros de una ayuda social, concedida para un tratamiento médico que ya no podrá comprar, pedir un microcrédito para el alquiler de los meses de mayo y junio, lo que se traduce en acumular intereses de deuda cada día que pasa; y aún trata de cerrar números para poder pagar el alquiler de julio.
“Los dueños de prostíbulos han demostrado no tener escrúpulos, han extraído la plusvalía y beneficios de las mujeres, pero después no les han dado cobertura”
A la situación se suma la petición de los clientes de bajar los precios: “Yo no puedo bajarlos más: 30 euros por 30 minutos ya es regalar, aunque hay chicas reduciendo aún más para poder captar clientela. No sé cómo vamos a sobrevivir”.
La historia de Masha no es un caso puntual. La organización Oblatas, que presta apoyo y asesoramiento a mujeres en situación de prostitución o explotación sexual, ha señalado que durante el confinamiento ha desarrollado atención social con 893 usuarias en Canarias, atendiendo, en colaboración con administraciones locales y otras ONG, necesidades básicas de alimentación, realizando intervención psicológica y emocional, dando asesoramiento jurídico e incluso ofreciendo apoyo alojativo.
Otras organizaciones, como Médicos del Mundo, Cruz Blanca o Cáritas también han continuado prestando apoyo específico a mujeres en este periodo, y resaltan el aumento en la demanda de ayuda durante el confinamiento. Las organizaciones puntualizan que las cifras de atención representan un porcentaje muy bajo de la realidad de la prostitución en el Archipiélago, ya que solo visibilizan aquellos casos en los que las mujeres solicitan apoyo a las ONG.
Para Esther Torrado, socióloga de la Universidad de La Laguna (ULL) y experta en estudios de mujeres, prostitución y trata, el impacto de la COVID-19 en las mujeres en situación de prostitución en Canarias será a medio plazo muy negativo, al igual que pasó en la anterior recesión económica, que las relegó a espacios de riesgo y precarización de sus condiciones de vida: “Estimamos que nos vamos a encontrar con un escenario similar a la crisis de 2008 a 2011, donde los hombres no dejaron de demandar prostitución, pero sí precarizaron la vida de las mujeres, pidiendo prácticas de riesgo y una reducción de precios. Eso supuso que para mantener el mismo nivel de ingresos las mujeres tenían que intensificar su actividad notablemente”.
Además, esta investigadora de la ULL advierte de que en estos contextos de vulnerabilidad y precarización extrema, el riesgo a sufrir múltiples violencias se incrementa. “Si no tienes para comer y para vivir, vas a aceptar las condiciones que te exija el otro, que es el que domina y además es el que tiene el dinero”, señala.
Los peligros
Masha se disculpa antes de relatar situaciones de violencia, pero sabe que es importante contarlas y que no es la única que ha tenido que aprender a sortear los límites. “Este trabajo tiene dos cosas terribles: peligro físico, el daño que te puede hacer una persona, y peligro de salud, que ahora es mucho peor”, relata.
“Muchos tratan de engañarte y se quitan el preservativo, no les importas. Otros consumen cocaína, por ejemplo, y vienen más nerviosos, no atienden a razones”
En su caso, la violencia supone un riesgo mayor, trabajando sola en su domicilio; apenas un día antes de la entrevista había tenido que echar a un cliente que trató de agredirla: ella solo pidió que usara preservativo. “Muchos tratan de engañarte y se quitan el preservativo, no les importas. Otros consumen cocaína, por ejemplo, y vienen más nerviosos, no atienden a razones; hay que aprender a manejar el ánimo para que no se alteren”.
Otra de las consecuencias palpables que señalan las organizaciones del tercer sector es el retorno a la prostitución de aquellas mujeres que habían iniciado otros trabajos para abandonar el negocio del sexo. Para Diana F. (nombre ficticio), mujer en prostitución de 30 años también residente de Fuerteventura, supone un ingreso extra para llegar a fin de mes, cubriendo las facturas que no puede afrontar con su nómina, que solo da para el alquiler. En el primer mes del estado de alarma, consiguió afrontar esos gastos trabajando por webcam. Antes de iniciar la entrevista, avisa de que su situación no es extrapolable ni representativa pues ella se considera “con mucha suerte”.
“En mi caso, tengo un trabajo fijo que me da algo de seguridad, y trabajo en prostitución por cuenta propia. Para algunas amigas, el coronavirus es una caída grande: con hijos, sin ingresos, sin otra vía que esta, quedan solo los ahorros que muchas veces no existen porque no es posible. Esa sí es la realidad mayoritaria. O mueres de COVID, o mueres de deudas: si tienes hijos, ¿qué eliges?”.
Diana F. comenzó en la prostitución con 25 años, siguiendo una norma personal que mantiene hasta hoy: “No depender nunca de nadie”. Hace algunos años empezó a trabajar como limpiadora doméstica para poder, poco a poco, salir de la prostitución.
Con la llegada de la crisis y la recesión económica, se incrementa la precariedad laboral y, como en el caso de Diana, mujeres con contratos a media jornada han sido reclutadas en prostitución; o aquellas que habían abandonado la actividad, con la crisis derivada de la pandemia, corren el riesgo de volver. Esta es una de las grandes preocupaciones de las organizaciones sociales especializadas en su atención.
Plusvalía de los cuerpos
Esta situación de vulnerabilidad y violencia contra las mujeres se refleja en el último estudio sobre prostitución en Canarias, publicado hace dos años y dirigido por la doctora Torrado. Entre otras conclusiones, se refleja la percepción generalizada de los y las profesionales de las organizaciones sociales sobre el aumento de los reclutamientos de mujeres en Canarias y el incremento de la demanda prostitucional.
Una de las consecuencias de la crisis, según las ONG, es el retorno a la prostitución de aquellas mujeres que habían iniciado otros trabajos para abandonar el negocio del sexo
Este aumento, indica el estudio, tiene una estrecha relación con la crisis económica y sus consecuencias inmediatas y con la ausencia de políticas públicas de disuasión de la demanda. La investigación estimó que al menos había en el Archipiélago 2.500 mujeres en prostitución en el periodo de 2016 a 2017, si bien destaca que existe gran dificultad para cuantificar el fenómeno en cifras exactas.
“Lo que ha evidenciado la COVID-19 es, de nuevo, la feminización de la pobreza”, destaca Torrado. La socióloga enfatiza que la crisis sanitaria ha mostrado nuevamente “que hay una bolsa de mujeres en situación de gran vulnerabilidad y que la prostitución, aunque haya sido un medio de subsistencia, no es una alternativa de vida deseable para las mujeres y en eso los poderes públicos deben responder”.
La experta subraya que “los dueños de prostíbulos han demostrado carecer de escrúpulos, han extraído la plusvalía y beneficios de los cuerpos de las mujeres pero después no les han dado cobertura, pues para ellos al igual que para los consumidores de sexo (varones), son mercancía desechable. Muchas mujeres, ante la falta de apoyo social y familiar, han seguido ejerciendo de forma irregular, poniendo en peligro su salud”.
Torrado explica que, en el ámbito de la prostitución, “la situación de total desamparo de las mujeres durante la COVID ha sido cubierta en la mayoría de los casos por las ONG, que han hecho incluso campañas de recogida de fondos, las han atendido, dado bonos de alimentación e incluso soluciones habitacionales en los casos más extremos”. “Es urgente que las administraciones públicas, estatales y autonómicas, elaboren un plan real de intervención, que frene los reclutamientos de mujeres y dé alternativas reales a aquellas que desean salir”, señala.
Dolor y ausencia
Hace ya 23 años que Masha no ve a su hija. “Ese es mi dolor”, dice. Mantienen el contacto por teléfono, y cada día comparten los problemas y alegrías cotidianas, las anécdotas del nieto, que ya tiene cuatro años, y todas las pequeñas bondades que hacen mejor la vida. “Siempre he tratado de conseguir un trabajo que me permita ahorrar para volver, y sigo haciéndolo, pero no es tan sencillo”.
Por ahora, continúa formándose para contar con el título de camarera de piso y tener certificaciones oficiales de idiomas que le abran puertas para trabajar en hostelería. Poco antes de despedir la conversación, la vista repara en unas velas y en el retrato de la virgen María que cuelga en la pared del salón, casi el único cuadro. ¿Crees en Dios? “Mucho, creo mucho”, sonríe. “Me da mucha paz”.
Hace apenas nueve meses que Elena González y Jéssica Pestana, trabajadoras sociales de los proyectos La Casita y Programa Daniela del colectivo Oblatas, comenzaron su trabajo de campo en Fuerteventura. Son la única organización no gubernamental que realiza, en estos momentos, trabajo de calle para la atención y el asesoramiento específico a mujeres en prostitución en la Isla.
Aunque comenzaron en noviembre, la situación de emergencia sanitaria paralizó el trabajo en el terreno. Solo pudieron realizar tres visitas. “Nuestra percepción es que en Fuerteventura hay un número muy elevado de mujeres en prostitución, aunque, como siempre ocurre en esta materia, no existen cifras que permitan cuantificarlo.
La invisibilidad es una de las principales características” , señala González. “No hay tanta prostitución de club como en otras islas, pero sí hay muchísima prostitución de pisos: esta es una gran desventaja para organizaciones como la nuestra porque es más difícil acceder a las mujeres”, señala la trabajadora social, que explica además que Fuerteventura es un lugar de paso habitual para mujeres dedicadas a la prostitución en otras islas y un territorio donde la movilidad es permanente.
Durante el periodo de confinamiento, las trabajadoras sociales han continuado trabajando, por vía teléfonica. “Hemos detectado que están muy desinformadas: no conocen qué derechos tienen ni el funcionamiento de la red de recursos”, señala.
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