FUERTEVENTURA

Una Isla utopía en Guisguey

El declarado Pueblo más bonito de Fuerteventura es ejemplo de gestión participativa

Lourdes Bermejo 0 COMENTARIOS 30/12/2019 - 07:29

Álvaro García es majorero, pero, por su trayectoria vital, es una personalidad conocida en varias islas del Archipiélago, donde ha desarrollado su carrera profesional y, por épocas, también política. En Lanzarote, su nombre está asociado al de Pepín Ramírez, expresidente del Cabildo bajo cuyo mandato se crearon los Centros de Arte, Cultura y Turismo. Trabajó mano a mano con el artífice, junto a Manrique, del milagro lanzaroteño entre 1966 y 1974, y dice que de él aprendió valores como “la honradez, la eficacia, el gusto por lo bien hecho y el amor a la Isla y a la belleza del paisaje”.

Posteriormente, se trasladó, en calidad de funcionario del Cabildo, a Tenerife, isla en la que conoció a su esposa María Valentina Álvarez, “que fue una compañera entrañable”, y Gran Canaria. Sin embargo, fue una trágica experiencia ocurrida el 11 de septiembre de 1984 en La Gomera, donde era delegado del Gobierno, lo que le abrió los ojos sobre “lo verdaderamente importante en la vida, que no es la transitoria vanidad de la política, sino poder disfrutar de las personas que te rodean, sin renunciar a la participación social”, explica.

Salvó la vida “de milagro”, aunque no crea en ellos, según dice, en el incendio del Roque de Agando, donde fallecieron veinte personas, incluyendo al gobernador civil, su secretario y el chófer, que viajaban con él en el coche oficial. Álvaro acabó la legislatura, le comunicó su partida al entonces ministro Barrionuevo y, en 1988, regresó para siempre a Fuerteventura, donde se instaló en la casa que había sido de sus abuelos maternos, en Guisguey.

“Y aquí estoy desde entonces, viviendo, disfrutando de la familia y amigos y trabajando desde hace cuarenta años en la junta directiva de la asociación de vecinos Los Pajeros, aunque el sueldo no es muy elevado”, bromea.

A pesar de ello, Álvaro García se toma esta labor de voluntariado no solo “con ilusión y gusto”, sino con la determinación que le inculcó Pepín Ramírez. Los Pajeros cuenta entre sus logros con la aprobación del Plan especial de protección de Guisguey, “que ha permitido, desde hace 19 años, conservar su idiosincrasia: el paisaje, la arquitectura... Y se han recuperado mil gavias, ya que el Plan priorizó su conservación, gracias a lo cual no se han llenado de cemento y asfalto”, explica.

Guisguey lleva a gala el galardón de Pueblo más bonito de Fuerteventura, otorgado en 2017 por el Cabildo. García alaba la unión y el trabajo conjunto de los 200 vecinos del pequeño núcleo de Puerto del Rosario que le ha valido este reconocimiento. Recuerda que, a su llegada, “no había luz eléctrica, agua en la red o teléfono. Ni siquiera estaba la carretera asfaltada”. Gracias a la constitución de la asociación vecinal Los Pajeros, se recondujo la precaria situación de estas infraestructuras básicas con las que ahora sí cuenta el pueblo.

Además, “se hizo la ermita, la plaza pública y se reconvirtió la antigua escuela en un centro cultural”. Los vecinos participan con frecuencia en peonadas de embellecimiento. Asimismo, Guisguey destinó los 2.000 euros del premio a reconstruir el Corral del Consejo, “que es una institución casi medieval de Fuerteventura, donde se dirimían los pleitos ganaderos. Si una cabra causaba desperfectos a un tercero, se metía en el corral al ganado hasta que los implicados, con la mediación del alcalde pedáneo, llegaban a un acuerdo de satisfacción. Hasta entonces, no se sacaba la cabra”, explica Álvaro.

Una réplica en miniatura del Corral del Consejo, junto a otras de los elementos de la arquitectura popular, que empezaron formando parte de un portal navideño elaborado por el artista Luis Reguera, han devenido en una suerte de museo etnográfico que recrea una tahona, los típicos pajeros que dan nombre a la asociación, hornos de cal, la trilla o el taro.

El museo, instalado en un pabellón de madera y cristal, se ubica en la plaza del pueblo. Lo que desde fuera se ve como la proeza de una pequeña comunidad que ha logrado hacer realidad el ideal de sostenibilidad, Álvaro lo resume de manera mucho más práctica: “Las instituciones ayudan, pero es que la administración se quita al movimiento vecinal de arriba por pesado. Hay que insistir y, así, se consigue algo”.

Esta prosaica visión no quita la esperanza de una posible gestión participativa de la cosa pública. “Veo un despropósito que la administración no solo no aproveche a la sociedad civil, sino que la vea como una especie de contrapoder. Es un error no canalizar esa ilusión y entusiasmo, con el único interés de mejorar. La sociedad puede colaborar en engrandecer la Isla. Que nos sintamos orgullosos de ella no es labor única de los poderes públicos y hay gestos sencillos que hay que empezar a interiorizar, como dejar de ensuciar. Los pueblos pequeños se transforman con tres cosas baratas: escobas, geranios y cal de albeo”, sentencia.

“Seguro que algún punto entre La Oliva y Cofete es compatible con un parque nacional de zonas áridas”

-Como impulsor del Consejo Insular de Aguas, en la etapa de Ildefonso Chacón en el Cabildo, y miembro durante decenios de la junta de gobierno y junta rectora del ente ¿Cómo analiza el problema del servicio en Fuerteventura?

-La situación ha llegado a ser tan preocupante porque sigue sin haber una planificación en abastecimiento, almacenamiento y distribución de agua. Hay que pensar que las redes de distribución se diseñaron para una población de 30.000 personas y, en estos momentos, somos 110.000 y seguimos con la misma red y sin previsiones de inversión. Todo ello, por no hablar de las aguas depuradas, donde llevamos un retraso considerable en relación con otras islas. Tenerife lleva cuarenta años regando las plataneras con un sistema terciario de extraordinaria calidad y en Lanzarote aprovechan las aguas depuradas, que aquí se desprecian y se tiran al mar. Sobre las posibilidades de enmendar la situación, desde luego no se trata de un problema de falta de recursos económicos, ya que el Cabildo tiene 170 millones de euros en el banco, que, con las pertinentes modificaciones de crédito, se pueden destinar a necesidades urgentes en las que es competente la institución insular, entre ellas el agua. Pero, ni se destina dinero, ni hay planificación, así que veo más bien una falta de voluntad política. En mi opinión, habría que afrontarlo enérgicamente, en lugar de recurrir continuamente al “lo estamos estudiando”. En el lado positivo, está la reciente declaración de emergencia hídrica en la Isla, que permitirá agilizar la burocracia, que es tan lenta por el temor de los técnicos y funcionarios a incurrir en prevaricación administrativa. Ello lleva a una interpretación restrictiva de las leyes, en lugar de dotarlas de un carácter expansivo.

“La Isla, que se llamó Planaria, está ahora plagada de vallas quitamiedos”

-En Guisguey ha sido posible la conservación paisajística. ¿Cómo ve el panorama en el resto de la Isla?

-Fuerteventura tiene un déficit importante en cuanto a respeto al medio ambiente y el paisaje. Parece un tema menor, pero no lo es. En el territorio insular hay un exceso de redes aéreas de Telefónica, postes de madera e, incluso, cables en el suelo de líneas fuera de servicio. Y no se hace nada para evitar este impacto visual y ambiental, cuando sería viable que los ayuntamientos publicaran una ordenanza fiscal que gravara los tendidos y obligara a soterrarlos. Estamos hablando de grandes empresas, solventes, que utilizan el territorio para sus intereses, que instalan postes en medio de la acera, obstaculizando el paso a las personas con movilidad reducida, creando impacto visual, mientras que a un pequeño empresario de hostelería se le cobra por ocupación de vía cuando pone una mesa en la terraza. Hay casos sangrantes, como las líneas fuera de servicio desde hace más de un lustro, con los postes en el suelo, en todo el margen derecho de la carretera desde Ampuyenta a Antigua. Todo en la era de los satélites y el cable de fibra óptica. No tiene sentido. La administración debe sancionar este comportamiento, que seguro que hace efecto. Otro tema en el que Fuerteventura no está haciendo los deberes es la regulación de las vallas quitamiedos, de las que, incomprensiblemente, está plagada, cuando a la Isla se la llamó en una época Planaria. No sé a qué intereses responde que se le tenga alergia al recebe de un arcén y se siembren las vías de vallas metálicas, que además son peligrosas. Es un escándalo. También hay que intervenir en la gestión de los escombros. El Cabildo gestiona la limpieza de los márgenes de las carreteras en un espacio de seis metros, mientras proliferan las montañas de escombros a partir de esta distancia. Hace falta una actuación integral. Y, por último, está la barbaridad de la instalación de las vallas publicitarias, por las que no se está ingresando un euro y que no contribuyen a la belleza de una isla con una naturaleza privilegiada y, probablemente, con las mejores playas del mundo. En Lanzarote se erradicaron las vallas publicitarias en 1974 con una simple normativa municipal.

-¿Cuál diría que es la asignatura pendiente en materia ambiental?

-Contar con un parque nacional en la Isla, una figura que no solo da caché, sino beneficios económicos, como demuestran otras islas. En Fuerteventura podríamos contar con un parque de zonas áridas. En su día se hizo un intento de declarar parque la zona de la franja litoral de Cofete a Aguas Verdes, pero pasa el tiempo y el proyecto no sale adelante. Es justo reconocer la labor que hizo al respecto el presidente del Cabildo Mario Cabrera, que fue quien impulsó el proyecto y lo dejó prácticamente culminado técnicamente. Habría que ver qué intereses existen en el entorno elegido, pero Barlovento es muy extensa, va desde La Oliva a Cofete y seguro que, en ese tramo, hay algún punto compatible con un parque nacional de zonas áridas.

-Usted forma parte, también, de la plataforma ciudadana que lucha por mejoras sociosanitarias. 

-En sanidad hay muchas asignaturas pendientes, entre ellas la del centro geriátrico, para el que se han recogido 24.000 firmas que se entregaron y han tenido un efecto mínimo. Mientras recopilábamos los apoyos, pudimos comprobar personalmente el drama familiar que supone el cuidado de una persona mayor dependiente en casa, lo que muchas veces, incluso, impide a sus cuidadores desarrollar su labor profesional. Es muy loable que el anciano permanezca en su entorno, pero la dura realidad se impone en el día a día. Los familiares no pueden asumir cuidados que requieren de medios profesionales. En la Isla, este servicio público se da en la residencia de Casillas del Ángel, que solo cuenta con 70 plazas, la mitad, ocupadas por altos dependientes, incluso encamados. El resto está en régimen diurno, pero, al final, la instalación no es ni un geriátrico ni un centro de día y no tiene suficientes recursos materiales y humanos. Los responsables públicos hablan del plan sociosanitario, de su dotación millonaria, pero el hecho es que van pasando las corporaciones y no arranca. En la comisión ciudadana que ha movido este tema estamos muy dolidos. La reivindicación es justa y en ella han participado nombres como el doctor Arístides Hernández, que es incansable; los queridos Elías Rodríguez y Antonio Peña, ya fallecidos; América; Rafael Pérez; Hormiga; Ricardo de León y muchos otros. El centro no es un capricho, sino el sentir de la sociedad. Desde el Cabildo se nos ha prometido un centro con recursos propios; no es necesario sobredimensionarlo, pero sí contar con una unidad geriátrica, ya que el Cabildo tiene competencias sociosanitarias.

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